sábado, 31 de diciembre de 2011

Sudan los faraones negros

Sudan es uno de los grandes desconocidos de África. Su dificil historia lo ha mantenido prácticamente cerrado al turismo. Esta ruta nos acerca a los lugares más atractivos de la mitad norte del país - Nubia - y, al mismo tiempo ofrece un nivel de comodidades impensable para la zona. La riqueza arqueológica de la zona es espectacular y la hospitalidad de sus pobladores legendaria. Aunque algunas etapas, por su duración y el terreno en el que discurren, pueden catalogarse de duras, las comodidades que se encuentran al final de cada una de ellas permiten una rápida recuperación de las fuerzas.
Las extensiones de dos o cuatro noches amplian la visión subiendo aún más al norte hasta el corazón de Nubia.
Los Faraones Negros
El norte de Sudán acogió el centro del imperio egipcio durante la época conocida como la de los Faraones Negros. Enclaves arqueológicos apenas visitados como Meroe, Karima, Naga o Musawwarat dan testimonio de pasados esplendores. Nuestros cómodos campamentos estables de Meroe y Karima son la base ideal para explorar la zona.
Poblados nubios
La parte norte del país esta ocupada por los nubios, gente ligada de manera íntima con el río Nilo. La hospitalidad de sus gentes es proverbial y sus poblados multicolores esperan al viajero a la sombra de pequeños palmerales y junto a trabajados huertos.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Narom

Los nombres de los grandes faraones del antiguo Egipto siguen siendo mencionados en estos días, en cumplimiento a su búsqueda de la inmortalidad.
estatua de ramsesAl inicio de su gira por Egipto, el viajero se confronta casi de inmediato con el faraón Djoser y su magnífica pirámide escalonada, y luego el trío de Keops, su hijo Kefrén y su nieto Micerinos, los constructores de las pirámides de Giza. Los estudiosos ven en el rostro de la Gran Esfinge de Giza el semblante de Kefrén.
Tutmosis III, el faraón militar implacable, llevó a cabo diecisiete campañas exitosas que transformaron a Egipto en la primera gran potencia mundial. Su tía y madrastra Hatshepsut, cuya momia fuera identificada recientemente, gobernó como faraón por derecho propio y es considerada la primera gran mujer de la historia. Su templo funerario en Deir-el-Bahari en el Valle de los Reyes es un monumento magnífico con un estilo sorprendentemente contemporáneo.
Amenhotep III fue otro poderoso faraón del antiguo Egipto. Fue el quien comenzó a levantar estatuas de grandes dimensiones, que como los llamados Colosos de Memnón. Su hijo Akhenatón revolucionó la religión y las artes egipcias durante su fugaz reinado de apenas dos décadas, conocido como el período de Amarna. Su esposa Nefertiti era tan hermosa, que su famoso busto de piedra caliza pintada es un icono de belleza que aún influye en la estética de la moda.
De esa época es también el joven rey Tutankamón, por todos conocido gracias a los increíbles tesoros descubiertos en su tumba en el Valle de los Reyes, hoy día la principal atracción en el Museo Egipcio de El Cairo.
Pero al llegar a Egipto, un monarca se alza sobre todos los faraones del Antiguo Egipto, y ese es Ramsés II, conocido también como Ramsés el Grande. Ramsés gobernó Egipto cuando éste ya era un poderoso imperio, y contribuyó a su gloria personal mediante la construcción de enormes monumentos y estatuas en su honor. Incluso se consignó estatuas de faraones anteriores tallando su nombre y sus rasgos faciales sobre ellas. La Sala Hipóstila en el Templo de Karnak fue un monumental proyecto iniciado por su padre, Seti I, terminado por Ramsés II.
Sin duda, los monumentos más impresionantes de Ramsés el Grande son los Templos de Abu Simbel, dos inmensas estructuras talladas en la roca viva de las montañas de Nubia para honrar al dios Ramsés y a su esposa favorita (tuvo muchas), la Gran Esposa Real Nefertari. Edificado en la frontera sur del antiguo imperio Egipcio, el gran Templo de Abu Simbel muestra cuatro imágenes sentadas del faraón de 18 metros de altura. Imagine el espanto que un ejército invasor debe haber sentido al enfrentarse por primera vez con tan aplastante despliegue de poder.
El título de "Faraón" nos viene de la pronunciación griega de "per-aa", que significa "Gran Casa". El rey de Egipto era la Casa Grande, el principal tutelar de toda la nación, reverenciado como un dios viviente y proclamado como Hijo del Sol, la encarnación divina de Horus.
Entre los siglos VIII y VII antes de nuestra era, florece en el valle del río Nilo, al sur de Egipto, el reino de Meroé, cultura avanzada que deja necropólis, pirámides, templos siendo gobernados por una dinastía conocida como los “faraones negros”.
Hoy día, y hasta el 6 de septiembre, en el ala Richelieu del Louvre, está en exhibición esta rica cultura.
“Con motivo de esta primera exposición consagrada a Meroé, capital de un poderoso imperio instalado sobre las orillas del Nilo, 200 obras ilustran lo majestuoso de esta antigua civilización, que mezcla influencias africanas, egipcias y greco romanas”, indica la página del museo el Louvre.
Explica que, ubicada en lo que hoy es el Sudán, a 200 kilómetros de Jartum, “la ciudad de Meroé, capital del reino, es famosa por sus pirámides para reyes y reinas que dominaron la región entre el 270 antes de Cristo y el 350 de nuestra era”.
La exposición reúne artefactos que ilustran temas de la vida cotidiana, el artesanado, los sistemas sociales, el poder, el papel de las reinas, los cultos donde coexisten el Amón (egipcio) y Dionisio (griego), y el más allá tal como lo concibía el pueblo de Méroé.
Importancia especial se le da al re-descubrimiento de las ruinas de las pirámides, en 1821 por Federic Caillaud, igual que a las excavaciones arqueológicas que se iniciaron en el 2007.
Se halla escondido en una ruidosa y contaminada avenida de Jartum, la capital de Sudán. Visto desde el exterior, el Museo Nacional parece más bien un antiguo bloque de viviendas de protección oficial, descolorido y polvoriento. Pero en cuanto se franquea el umbral, un pasillo conduce a una estancia con riquezas inesperadas, un bloque de piedra con jeroglíficos grabados y algunas cerámicas que esperan ser redescubiertas. En el ala posterior del edificio se expone lo más significativo de los tesoros arqueológicos del país, tesoros que pertenecieron a los «faraones negros». Y son ellos, precisamente, quienes me han traído hasta aquí. Aquellos reyes de Nubia (región que comprende el extremo meridional de Egipto y la parte septentrional del actual Sudán), también llamados reyes del país de Kush, lograron en el siglo VIII a.C. destronar a los poderosos faraones egipcios, fundando la XXV dinastía, antes de caer en un cierto olvido propiciado tal vez por la inaccesibilidad de Sudán, el país más extenso de África. Un país más conocido sin duda por su férreo régimen islámico y por el sangriento conflicto que asola la región de Darfur que por sus pirámides. Mientras que, al otro lado de la frontera, Egipto exhibe el resultado de más de dos siglos de excavaciones, la historia sudanesa apenas se conoce a grandes rasgos.Lea el artículo completo en la revista

jueves, 29 de diciembre de 2011

Los Faraones del antiguo Egipto

Los Faraones Negros

Esta es la historia ignorada de los llamados “Faraones Negros” quienes hicieron capitular a todos los lideres egipcios durante tres cuartos de siglo.
En el año 730 aC.  un hombre llamado Pianjy, también conocido como Pankhi,  pensó desde su reino en Nubia, África, que la única manera de salvar de sí mismo a Egipto era por medio de una invasión.
“Dejaré que el Bajo Egipto pruebe el sabor de mis dedos”, dijo Pianjy, quien se consideraba como un fiel heredero de las tradiciones religiosas practicadas por los faraones Ramses II y Tutmosos III.
La invasión no se hizo esperar y rápidamente sus soldados desembarcaron en Tebas, capital del Alto Egipto. Antiguamente se creía que las guerras religiosas debían librarse de una manera apropiada, y por tal razón Pianjy ordenó a sus soldados que, antes de cualquier batalla, se purificaran mediante una inmersión en el Nilo, vistieran lino de la mejor calidad y salpicaran sus cuerpos con el agua proveniente del templo en Karnak.
Luego de un año en campaña, todos los líderes en Egipto habían capitulado, incluyendo al poderoso  Tefnakht, quien envió a Pianjy un emisario para decirle: “¡Sé misericordioso!, que soy incapaz de ver tu rostro en los días de deshonra; no puedo erguirme ante tu fulgor, porque temo tu grandeza”.
A cambio de sus vidas, los vencidos pidieron con vehemencia a Piankhi que utilizara sus templos, se quedara con sus más finas joyas y reclamara sus mejores caballos. Piankhi aceptó con honor todos los ofrecimientos. En aquel momento, cuando todo Egipto se encontraba bajo su control, el proclamado como el  “Señor de dos Reinos” hizo algo llamativo: embarcó a su ejército y su botín de guerra, zarpó rumbo a su tierra, Nubia, para nunca regresar a Egipto.
Tras un reinado de 35 años, Pianjy murió en 715 a. C.; sus fieles honraron sus deseos al enterrarlo, con cuatro de sus caballos, en una pirámide similar a las egipcias. Fue el primer faraón que, después de 500 años, recibió un entierro de tal magnitud. Todas las imágenes de Pianjy sobre las elaboradas estelas o losas de granito, que conmemoran su conquista en Egipto, ya hace tiempo que fueron destrozadas. Sobre un relieve en el templo de Napata, en la capital nubia, únicamente permanecen sus piernas. Sólo queda un particular detalle del hombre: su piel era negra.
Piankhi encabezo la dinastía de los llamados faraones negros, una sucesión de reyes nubios que reinaron en Egipto. Los faraones negros reunificaron a un Egipto desgarrado, y llenaron su paisaje de grandiosos monumentos. Se mantuvieron firmes ante los sanguinarios asirios, y probablemente esto contribuyó a mantener a salvo Jerusalén. Su sucesor, Shabako, luchó para evitar que Egipto fuera conquistado por Sargón II de Asiria, y lo consiguió, lo que aprovechó para ocuparse de construir monumentos y dedicarse más a las letras.
El siguiente rey, Shabitko, rompe la política de paz de sus predecesores y se enfrenta a Asiria. Eso provoca que durante el reinado de su sucesor, Taharqo, los asirios intenten conquistar Egipto, cosa que lograrán en el año 671aC., conquistando Menfis, expulsando a Taharqo e imponiendo a Necao I como faraón, que inaugura la vigésimo sexta Dinastía.
Aquellos episodios históricos permanecieron inéditos durante largo tiempo. Hoy en día las pirámides de Sudán son un lugar privilegiado sobre el Desierto de Nubia. Se puede deambular a su alrededor sin verse asediado por cientos vendedores que pululan entre estos desiertos lugares. Mientras que, cerca de 1 000 kilómetros al norte, hacia El Cairo o Luxor, los visitantes llegan en grandes cantidades para observar las maravillas egipcias, en Sudán raramente visitan las pirámides en El Kurru, Nuri y Meroe, vestigios de la prospera cultura Nibia.

martes, 27 de diciembre de 2011

Faraones de Egipto



Faraones de Egipto


La historia de Egipto ha dejado a la humanidad innumerables aportes, muchos de ellos descubiertos por la arqueología, papiros, construcciones, entre otros. Estos elementos nos han mostrado la grandeza e influencia de los faraones, que eran las personalidades más importantes de la época.
Los faraones en Egipto han durado casi 3 mil años. Donde 30 dinastías tuvieron el poder en su época. Veamos algunos de los más importantes faraones egipcios:
Narmer (Menes): Primer faraón del antiguo Egipto que gobernó hacia el año 3050 a. C. Bajo su gobierno se unificó los territorios egipcios.

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Amenofis III: Fue un importante faraón que gobernó de c. 1390/1 a 1353/2 a. C. Su reinado es considerado como el más próspero de toda la historia de egipcia.

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Ramsés II: Gobernó 66 años, del 1279 al 1213 a. C. Es uno de los faraones más conocidos debido a las muestras arqueológicas que existen de su reinado.

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Tutankamon: Faraón que restableció el poder de los sacerdotes de Amón. Murió a los 18 años cuando tenía seis años de gobierno. Su tumba es la única encontrada intacta en el Valle de los reyes.

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Cleopatra VII: Heredó el trono a los 18 años junto con su hermano Ptolomeo XIII, de tan sólo doce años. Gobernó del año 51 al 30 a. C. Murió al hacerse morder por áspid, cuando Octavio Augusto decidió llevarla a Roma como botín de guerra.

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sábado, 24 de diciembre de 2011

La Maldicion de los Faraones

La Maldición de los Faraones
Muertes enigmáticas, estigmas inesperados, accidentes inexplicables y sufrimientos sin límites para los que profanaron las tumbas de los reyes egipcios.
Un total de 35 personas vinculadas a una momia murieron extrañamente.
Una tarde de 1929, el honorable Richard Bethell entró al exclusivo Club Mayfair, de Londres. Con aire melancólico caminó hasta su sillón preferido en la sala de lectura y se puso a leer un diario. Lo encontraron muerto media hora más tarde. Los médicos no pudieron explicar la causa real de su deceso.
Pocas semanas después, su padre, Lord Westbury, se arrojaba desde una ventana de su departamento en St. James Court, muriendo instantáneamente. Dejó una curiosa nota que Scotland Yard jamás pudo descifrar: "No puedo soportar más tantos horrores". A la mañana siguiente, la carroza fúnebre que transportaba su cuerpo al cementerio atropelló y dio muerte a un niño de ocho años.
Por esos mismos días, la norteamericana Evelyn Greely, de cuarenta años, profesora de Historia de la Universidad de Chicago, se ahogaba en las frías aguas del lago Michigan. Nunca se supo si había sido un suicidio o un accidente.
Aparentemente, esta sucesión de desgracias inexplicables, ocurridas casi simultáneamente en distintos lugares, no guardaban conexión entre sí. Sin embargo, a poco de hurgar en la historia personal de cada una de las víctimas, se llegó a una estremecedora conclusión: Todas ellas habían estado ligadas, directa o indirectamente, al descubrimiento de la tumba de Tutankhamón.
En efecto, Richard Bethell era secretario privado del arqueólogo que descubrió la momia del faraón. El padre de Bethell, lord Westbury, padecía alucinaciones tras haber escuchado los relatos de su hijo sobre la tumba de Tutankhamón.El niño de ocho años atropellado por la carroza fúnebre era sobrino de Alexander Scott, un funcionario del Museo Británico que trabajó en el reconocimiento de la momia del faraón. En cuanto a la profesora Greely, acababa de regresar de un viaje de estudios a Egipto, durante el cual había visitado el sepulcro de Tutankhamón.
Todos ellos murieron en el año 1929. Pero las desgracias venían de mucho antes, y continuaron durante décadas, abonando una leyenda trágica, una suerte de profecía del horror que tuvo sus epígonos y sus detractores, y que cobró un total de 35 víctimas. ¿Coincidencias? ¿Supercherías? ¿lnsondables designios divinos? ¿Acción de antiquísimos venenos?.Mil y una hipótesis fueron arriesgadas para explicar tantas muertes misteriosas. Hasta se llegó a hablar, en fecha más reciente, de extraños poderes radiactivos por parte de los antiguos sacerdotes egipcios, que éstos empleaban para proteger a las momias de sus eventuales profanadores.
Lo cierto es que aún hoy, la "Maldición de la Momia"sigue despertando polémicas, movilizando investigaciones, alimentando la imaginación de legos y profanos. No por nada, la notoriedad de Tutankhamón está en proporción inversa a la importancia de su reinado, uno de los más breves e inocuos de la historia egipcia. Reinó poco (entre 1362 y 1353 antes de Cristo) y murió joven, a los 18 años. La verdadera historia de Tutankhamón es, en definitiva, la de su momia. Y de su maldición.
Todo comenzó, en realidad, con la llegada de un canario. En el otoño de 1922, Howard Carter, dibujante inglés de 48 años, arqueólogo autodidacto y funcionario del Museo de El Cairo, regresaba. A Egipto en un barco procedente de MarseIla. Al desembarcar en Alejandría, entre su equipaje se destacaba una jaula con un canario intensamente dorado, que llamó mucho la atención: estas aves escasean en suelo egipcio, donde son consideradas exóticas. Tan pronto Carter instaló la jaula en el, patio de su casa, en Luxor, los pobladores vecinos, maravillados, no tardaron en asignarle al canario poderes benefactores. Lo honraron con el apodo de Pájaro de la buena suerte" y, en verdad, muy pronto un hecho afortunado apuntaló esa creencia. El 4 de noviembre de 1922, al atardecer, Carter descubría el tan ansiado acceso a la tumba de Tutankhamón, empresa a la que estaba dedicado con fervor desde 1907. Quedaban atrás 16 años de ingentes esfuerzos, estériles excavaciones, sordas polémicas, constantes sinsabores. El éxito, por fin, había coronado tanta penuria. ¿El canario le había traído suerte?.
Lo cierto es que Carter, pocas semanas atrás, había estado a punto de abandonar para siempre la búsqueda del sepulcro. Obstinado hasta la desesperación, estaba jugando sus últimas cartas. El millonario inglés lord Carnarvon, que financiaba los trabajos, le había advertido que no estaba dispuesto a invertir un sólo penique más en una empresa que, tras 16 años, sólo le había acarreado disgustos y una considerable merma en su fortuna. Esto lo dijo en su castillo de Highclere, cerca de Londres, ante un Carter que no quería rendirse.“Un invierno más, es todo lo que pido”, le rogó éste a su renuente sponsor. Tanta fue la insistencia de Carter, tantos y tan convenientes sus argumentos sobre “La cercanía del éxito”, que Carnarvon aflojó. “Una campaña más, de acuerdo, pero tan sólo una, mister Carter. Si no hay resultados, retiraré para siempre mi apoyo al proyecto”.
Eufórico, esa misma noche Carter preparó su equipaje para retornar a Egipto, a continuar las excavaciones durante el invierno que se aproximaba (En Egipto, las campañas arqueológicas se suspenden al llegar los sofocantes y largos veranos). Llevaría consigo el canario que compró la víspera en una pajarería de Chelsea, “Para alegrar mis mañanas en Luxor”. Una mascota propia de solterón empedernido, ni más ni menos, pero cuya futura gravitación no sospechaba.
Profusamente difundido por la literatura y el cine, lo ocurrido en esos días en el Valle de los Reyes, cerca de Luxor, está más cerca de una ficción novelesca que de una misión científica.
Aquel 4 de noviembre de 1922, tras hallar un primer escalón tallado en la roca, Carter y sus hombres se convencen de que ahí está el lugar y siguen excavando vigorosamente. Aparece al rato un segundo escalón y otro más. Son 16 en total, que descienden hasta una abertura tapiada con una puerta de madera sellada con el nombre de Tutankhamón. Carter controla su impulso de echar abajo la puerta y ordena tapiar urgentemente con piedras todos los escalones. Deja en el lugar a un puñado de guardias armados, corre hasta Luxory telegrafía a su patrocinador Carnarvon: “Magnífico descubrimiento en el valle. Tumba con sellos intactos. La volví a cubrir a la espera de su llegada. Felicitaciones”. A la mañana siguiente, llega la respuesta desde Londres: “Salgo inmediatamente para Egipto. Llegaré el 20. Lord Carnarvon”,
El 25 de noviembre, Carnarvon y Carter bajan los dieciséis escalones, derriban la puerta tapiada y descubren el más rico tesoro funerario jamás descubierto: el recinto subterráneo estaba repleto de objetos de oro y piedras preciosas. Una segunda puerta los condujo días más tarde al sepulcro propiamente dicho, en donde se hallaba el sarcófago conteniendo la momia de Tutankhamón. Antes de extraer la momia, los dos exploradores trabajaron dos meses inventariando y fotografiando cuidadosamente cada uno de los 2.250 objetos que habían encontrado. Todo estaba intacto, fabulosamente conservado después de 3.260 años.
Por esos días, una serpiente cobra se introdujo en la casa de Carter y devoró al canario dorado. “Mal augurio”, dijeron los campesinos. Según ellos, el pájaro había guiado a Carter hasta el sepulcro del faraón y éste, en represalia por la profanación, le había ordenado a la cobra que matara al ave. Los nativos suponían que ahora podría ocurrir algo terrible.
A la mañana siguiente, Lord Carnarvon se levantó muy molesto por una hinchazón en su mejilla derecha, producto de la picadura de un mosquito en la víspera. La pequeña herida se infectó y a los pocos días la fiebre abatía a Carnarvon. Trasladado a El Cairo, su cuadro clínico se agravó a tal punto que el 5 de abril de 1923, a la edad de 57 años y a menos de 20 semanas de haber hallado el sepulcro de un faraón, Carnarvon descendía a su propia tumba. Oficialmente, su muerte se atribuyó a una neumonía lobular, complicada por una pleuresía. En el momento exacto de su muerte, la ciudad de El Cairo sufrió un apagón que la dejó a oscuras durante largos minutos. La profecía de los campesinos no podía haber obtenido mejor crédito. La leyenda de la maldición de la momia no podía tener mejor comienzo.
Un año después de la muerte de Carnarvon, el profesor J.S. Mardrus, un egiptólogo francés de renombre, abonó el tema de la maldición apoyándose en un grave episodio de peste ocurrido en el Egipto Superior y la muerte de cuatro personas vinculadas directamente con la tumba de Tutankhamón. Para Mardrus, esta tumba contenía, invioladas, “Todas las cosas que los sacerdotes y los maestros de ceremonias funerarias podían colocar contra los profanadores”.Según él, maldiciones análogas habían castigado a los saqueadores de tumbas de la antigüedad. En el caso del sepulcro de Tutankhamón, se daba una circunstancia muy particular: era la primera tumba inviolada de un faraón, hallada y explorada en los tiempos modernos.
La teoría de Madrus no tardó en ser refutada por otros científicos de la época. Sugestivamente, uno de ellos, H.G. Evelyn White, profesor de la Universidad de Leeds, se suicidó a los pocos meses. Dos años más tarde, morían inesperadamente otros dos críticos de la maldición: Georges Benedite, experto egiptólogo del Museo del Louvre y Paul Cassanova del Collége de France. Ambos habían realizado numerosas excavaciones en el Valle de los Reyes, muy cerca de la tumba de Tutankhamón.
Hacia 1929 se contabilizaban once personas muertes en circunstancias extrañas, todas ellas relacionadas con la momia del faraón. En 1935, los muertos sumaban 21. Ese mismo año, el propio Howard Carter que morirá en 1939, nunca repuesto de una enfermedad contraídas tras concluir los trabajos en la tumba, en 1932- se vio obligado a sostener que “Los rumores de una maldición de Tutankhamón son una invención difamatoria”.
Los defensores de la maldición, sin embargo, no se rindieron. Argumentando que mucho antes del hallazgo de la tumba de Tutankhaón, otras momias se habían “Vengado”de sus profanadores, recordaban el caso de Khapah Amón, un sumo sacerdote cuya momia fue descubierta en 1879. En la tapa del sarcófago, una inscripción rezaba: “La cobra que está sobre mi cabeza se vengará con llamas de fuego a quien perturbe mi cuerpo. El intruso será atacado por bestias salvajes, su cuerpo no tendrá tumba y sus huesos serán lavados por la lluvia”.Esto lo narró el egiptólogo francés Roger Garis, quien añadió una información significativa: la momia de Khapah Amón había sido comprada por un coleccionista inglés, Lord Harrington, quien murió poco después durante un safari por el Sudán. Harrington fue aplastado por un elefante y su cuerpo abandonado en el lugar. Cuando se intentó recuperarlo, las fuertes lluvias habían borrado todo rastro de sus restos.
Los memoriosos evocan también la tragedia del Titanic, el trasatlántico que naufragó en el Atlántico Norte en la noche del 14 de abril de 1912, tras chocar contra un gigantesco témpano. El hundimiento de ese buque, considerado insumergible, la extraña actitud asumida por su capitán durante el salvamento y muchos otros detalles dieron pábulo a muchas hipótesis sobre las cuasas del accidente. El Titanic llevaba a bordo 2.538 personas y una momia egipcia: el cuerpo embalsamado de una pitonisa de los tiempos de Amenofis IV, faraón que antecedió a Tutankhamón. La momia, propiedad de uno de los pasajeros del buque, Lord Canterville quien engrosó la lista de los 1.635 ahogados en el naufragio no viajaba en la bodega, sino detrás del puente de mando de la nave, a pocos metros del timón. Entre sus adornos y amuletos, la momia escondía una amenazante frase, grabada en un brazalete: “Despierta de tu postración y el rayo de tus ojos aniquilará a todos aquellos que quieran adueñarse de ti”.
Tras un largo período sin novedades, la maldición de la momia o, mejor dicho sus presumibles y maléficos efectos pareció recobrar vigor en los últimos 25 años. En diciembre de 1966 moría atropellado por un auto el director del Departamento de Antigüedades del Museo de El Cairo, Mohammed Ibrahim. El hombre acababa de aceptar, a regañadientes, el traslado a París de una colección de objetos de arte de la tumba de Tutankhamón. La exposición se realizó finalmente en el Petit Palais parisino, en febrero de 1967. Se recuerda, todavía, que el avión que transportaba desde El Cairo el valioso cargamento de reliquias del faraón tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en Orly a raíz de fallas en el sistema de frenaje.
Otros periplos del tesoro de Tutankhamón por el mundo no fueron accidentados. Como obedeciendo a un oscuro designio de no abandonar jamás el suelo egipcio, las exposiciones de esos tesoros en Londres (1972), Washington (1978) y Nueva York (1979) también arrojaron su saldo de desgracias menores y mayores, incluyendo tripulantes y aviones fulminados por infartos y guardianes de museo víctimas de homicidio. La muestra realizada en el Museo Metropolitano fue particularmente castigada por episodios desgraciados, no todos dados a publicidad. Don Murray, uno de los guardianes de la sala principal, cayó enfermo el segundo día de abierta la exposición, víctima de la picadura de un insecto en la mejilla izquierda. La herida se le infectó y tuvo que ser hospitalizado. Otro empleado del Museo, Bill Rank, rodó por una escalera el día de la inauguración, sufriendo fractura de pelvis y quedando inválido de por vida. Por esos mismos días, Frank Trumbauer, jardinero en jefe del Museo, se lesionó seriamente un pie con la cortadora de césped, mientras su ayudante, James McPartland, era atropellado por un autobús mientras se dirigía a su trabajo, debiendo permanecer internado en un hospital por espacio de dos meses.
Mientras las teorías ocultistas siguen hablando de un maléfico perpetuo y muchos científicos sonríen al escuchar tales hipótesis aduciendo que tantas coincidencias fatales fueron simplemente eso, coincidencias, un egiptólogo alemán, Rolf H.Knepler, de la Universidad de Berlín, observó no hace mucho un detalle en el que casi nadie había reparado: se trata de un pequeño apoyo de hiero forjado que sostenía la cabeza de la momia de Tutankhamón dentro del sarcófago. En el antiguo Egipto, recordó Knepler, los apoyos para las cabezas de las momias tenían un significado muy especial. Sin mencionar siquiera el tema de la maldición, el profesor Knepler se limitó a leer un párrafo del Libro de los Muertos, escrito durante la Dinastía XVIII (a la que perteneció Tutankhamón), en el que se aludía al carácter ritual de los apoyacabezas en las momias. Dichos objetos, según el texto, llevaban implícita la siguiente invocación: “¡Levántate de la no-existencia, oh gran señor! ¡Derriba a tus enemigos, triunfa sobre tus profanadores!”.

Fumando Faraones

Por varios siglos en Europa la práctica de usar momias como una droga milagrosa estuvo ampliamante difundida; trazos de una psicodinámica en el consumo de cuerpos momificados.
Hace un par de siglos un hombre podía llegar con su “dulce boticario”, como Shakespear llamaba a los dealers, y pedir un poco de momia para consumirla en casa y obtener múltiples beneficios. Mind Hacks nos comparte un artículo del Proceedings of the Royal Society of Medicine que documenta el uso de momia como una droga del siglo 12 al siglo 18, al menos.
El gran Avicena enlista entros los beneficios de consumir momia remedios para: erupciones, fracturas, parálisis, infecciones de garganta, de los pulmones, del corazón, debilidad del estomaco, trastornos del higado, y como antidoto para venenos. Añade que la momia generalmente se mezcla con un vehículo conveniente como el vino, la mantequilla o el aceite. También se ha documentado que se mezclaba con mirra y con menta.
Originalmente se creía que las momias egipcias eran preparadas con betún, y de esta sustancia se creía se obtenían grandes beneficios. Sin embargo, esto es erróneo ya que las momias no eran prepardas con betún. La palabra momia luego dejo de ser asociada con el betún y los beneficios se transfirieron a todo tipo de piel.
La dificultad de encontrar momias, pues ciertamente no puede conseguir una momia egpicia de miles de años en tu tienda más cercana, creó una industria espuria, similar al mercado de las drogas actualmente donde se reemplaza el MDMA del éxtasis con anfetaminas u otras sustancia. En el texto del Proceedings of the Royal Society of Medicine se escribe que un judío de Alejandría utilizaba cadáveres de esclavos y los llenaba de betún, luego secaba los cuerpo al sol y vendía dosis de “momia” en el mercado negro.
El escritor inglés Sir Thomas Browne escribe: “Las momias han sido mercantilizadas, misraim cura heridos, y los faraones son bálsamos” (Misraim es el nombre hebreo de Egipto). Sin duda ingerir momia de faraón, y posiblemente cerebro de momia, tendría mayor valor en eel mercado y psoiblemente efectos más poderosos.
Esperemos que los jóvenes hiper-psicoactivos no busquen entrar a su múseo más cercano para fumar un poco de momia. Por otra parte el padre de la química, el alquimista suizo Paracelso, podría haber ingerido una substancia derivada del hombre. Según su discipulo Oswald Crollius, la referencia en los escritos de Paracelso a “Mumia patibuli” es a la carne de un hombre que murió de forma violenta -en el patíbulo- y que se ha preservado en el Aire. El médico del siglo XVI William Bulleyn recomienda que los restos del “Mumia patibuli” sean molidos, mezclados con agua e inhalados con una especie de jeringa para evitar la enfermedad. El médico John Hartman habla también de que el cerebro de un joven molido en un mortero y mezclado con partes de su esqueleto es una efectiva medicina. El alquimista Robert Boyle escribió sobre los beneficios de los remedios hechos con polvo de huesos humanos. Todo esto podría relacionarse, aunque algo alargadamente, con el hecho de que el cerebro humano produce naturalemente la sustancia psicodélica análoga a la serotonina, el DMT. Se ha encontrado que los esquizofrénicos producen una mayor cantidad de DMT, lo cual podría valer una hipótesis relacionada con el “Mumia patibuli” de Paracelso. Quizás el gran alqumista suizo encontró una forma de obtener el DMT del cuerpo humano.
Tal vez de alguna forma, si las momias eran utilizadas como vehículo para permitir el vuelo del fénix, el alma al sol, quizás a través de un magia simpática, una transubstanciación o con la imaginación, ingerir momias puede regalar al psiconauta una rebanada de visión de ultramundo, la región astral detrás del velo de Isis.

Particularidades de la pintura

Los egipcios fueron maestros en e] arte de la decoración, así como en arquitectura fueron los primeros que dieron una armonía exterior a las construcciones. Las paredes y techos de templos, palacios y tumbas aparecen totalmente cubiertas con relieves y pinturas simbólicas o tomadas de la realidad; pájaros, animales varios, flores, hombres y dioses alternan con diseños geométricos y jeroglíficos que denotan gran maestría y extraordinario dominio del arte.
En pintura usaron colores brillantes que han perdurado con nitidez asombrosa. Las inscripciones jeroglíficas no sólo contribuyeron a enriquecer los motivos ornamentales sino que. como se ha dicho, revisten incalculable valor histórico, porque después del desciframiento e interpretación de Champollion y de los que siguieron sus huellas, se han podido reconstruir períodos oscuros de la historia de Egipto.
Pinturas y relieves fueron realizados de modo que no producen la ilusión óptica de la profundidad, puesto que la perspectiva que usaban los egipcios era distinta de la perspectiva cónica que conocemos nosotros. Aquella consistía en representar las cosas más alejadas sobre las cercanas, y no detrás de éstas. Tampoco ayudaban a dar relieve con juegos de luces y sombras, pues aplicaban colores planos respetando las dos dimensiones de la superficie pintada. Además, las figuras humanas no eran dibujadas anatómicamente, como correspondería, sino de acuerdo con la llamada ley de la frontalidad, que reproduce los personajes totalmente de frente con lo.; pies y la cabeza de perfil, pero con los ojos mirando hacia adelante.
Las escenas fueron tomadas de la vida diaria, de las campañas faraónicas, de las ceremonias religiosas o de los ritos funerarios, aunque a veces reproducen también escenas bucólicas, de festines o cacerías. Cuando en ellas aparece el faraón, lo representan en gran tamaño frente a las imágenes menores de sus propios familiares y sus súbditos. Con ello los egipcios dieron una idea del elevado concepto que tenían de la jerarquía.
Tanto la pintura como la escultura egipcias se distinguen, además, por la hierática quietud de sus figuras, que reflejan una tranquilidad y un reposo propios de quienes saben esperar. La IV dinastía, que mandó levantar las grandes pirámides, señala también el apogeo de la escultura. Su expresión más clásica es la Esfinge, famosa estatua que tal vez represente al dios solar Harmachis con cuerpo de león. La más famosa está situada delante de las pirámides de Kefrén y de Micerino, tallada en un solo bloque de piedra, con excepción de las manos, es de una simplicidad admirable que contrasta con la majestuosidad de su tamaño. Se levanta imponente en medio de las arenas del desierto, que a veces, a impulsos del viento, la cubren hasta el pecho.
Entre las estatuas de esta época se destacan, además, las de los faraones Kefrén y Micerino, la de la esposa de este último y, sobre todo, el tan conocido Escriba Sentado que, con las piernas cruzadas y un papiro sobre las rodillas, se conserva como una reliquia en el Louvre.

El arte funerario

El arte funerario: las pirámides son el mejor testimonio de su grandiosidad




La arquitectura egipcia fue, en gran parte, funeraria y sus monumentos más típicos las tumbas, cuya forma clásica fue la de pirámide.

El antecedente más lejano de la pirámide es la mastaba, que es el tipo más sencillo de tumba egipcia, tiene forma de banco en cuyo interior un pozo y un pasillo conducían a la cámara mortuoria.
La superposición de varias mastabas originó la pirámide de tipo escalonado, como la de Sakkara, que hizo levantar el faraón Zoser, de la III dinastía, en el IV milenio antes de Cristo. Otras variaciones de esta misma época señalan su progresiva evolución, hasta llegar a las tradicionales pirámides. Levantadas hacia el año 2700 antes de Cristo, aproximadamente, en los llanos de Gízeh por disposición de los faraones de la IV dinastía Cheops, Kefrén y Micerino, también llamados, respectivamente, Khufu, Khafra y Menkaura.
La pirámide de base cuadrangular, con sus cuatro ángulos orientados hacia los cuatro puntos cardinales, respondería a un simbolismo según el cual se quiso representar, con cada una de las aristas, los rayos del dios Ra -el Sol en todo su esplendor-, que desde el cénit caían oblicuamente sobre el suelo para proteger el cuerpo del faraón que reposaba en su interior. Por lo demás, ellas recuerdan las dunas de arena que el simún forma en el desierto.
Estaban revestidas con bloques graníticos que cubrían con enormes piedras puestas en ángulo. Las paredes interiores están recubiertas con dibujos y relieves que representan escenas de la vida cotidiana, ceremonias religiosas, ritos funerarios o divinidades protectoras. Los jeroglíficos que las acompañan sirvieron para aclarar muchos puntos de la historia de Egipto. A título de curiosidad diremos que la altura de la pirámide de Cheops, o Queops, uno de los monumentos más altos del mundo, es de 146 metros y que el área de su base alcanza unos 54.300 metros cuadrados.
La última evolución que sufrieron las tumbas egipcias corresponde a los hipogeos excavados en la misma montaña durante el Imperio Medio Tebano, por disposición de los faraones de la XI dinastía que trasladaron la capital de Menfis a Tebas, hacia el año 2000 antes de Cristo.

Los templos de los dioses

Durante el Imperio Medio Tebano (2100 a 1150 años antes de Cristo, aproximadamente), los templos suplantaron en importancia a las tumbas desde el punto de vista arquitectónico, porque fueron construidos con una independencia que hasta entonces no habían tenido, pues durante el Antiguo Imperio dependían de las pirámides. Durante el Imperio Medio los templos se construyeron en las afueras de las poblaciones, formando verdaderas ciudades sagradas, a las que se llegaba por medio de amplias y largas avenidas bordeadas por filas de esfinges.
El templo se levantaba en medio de un espacio amurallado, aislado por un foso profundo que lo defendía de los ataques exteriores. El acceso a las puertas, situadas entre torres, se practicaba mediante puentes levadizos. La verdadera puerta del templo estaba entre dos pirámides truncas, los pilonos, profusamente decorados con relieves que reproducían los triunfos del faraón; estatuas gigantescas de él y sus familiares decoraban el frente de los templos. De un patio fortificado, con enormes columnas que remataban en capiteles en forma de flores de loto o papiro, se pasaba a la .sala hipóstila o de la aparición, destinada a los creyentes, donde se realizaban las procesiones que llevaban la divinidad en andas. Detrás de ella, la sala de la barca, reservada a los sacerdotes exclusivamente, más atrás aun, el aposento donde reposaba la imagen de la divinidad. Luego venían las habitaciones privadas de los sacerdotes y, finalmente, los almacenes donde se depositaban los víveres. Entre los templos más famosos de la época se destacan, por su majestuosa y característica belleza, los de Luxor y Karnak.
Estas casas de los dioses, así como los palacios de los faraones, incluyendo el de Ramsés III en Medinet-Abú, nos permiten formar una idea de las proporciones que la arquitectura alcanzó entre los egipcios durante el Imperio Medio Tebano. La creencia de que el faraón era descendiente del dios Ra fue causa de que se lo considerara dios a él también; así se explica la magnitud de los palacios reales, cuya disposición interior y fastuosidad recuerdan la de los templos y tumbas, aunque no lo igualen en grandiosidad ni en número.

Imperio Antiguo de Egipto

Escultura Egipcia en el Imperio Antguo de Egipto

Relieves en Época Predinástica e Imperio Antiguo
Las primeras obras son unas piezas que han aparecido de época predinástica que tienen un gran interés especialmente para ver la relación con las distintas culturas que existían en aquel momento.
El cuchillo de Gebel el Arak
No se trata de un cuchillo cruento sino que tiene un carácter litúrgico. Es muy pequeño y está hecho con hojas de sílex y el mango de marfil, que está decorado por las dos partes. Por un lado, muestra una escena de lucha, y es un relieve en el que hay movimiento, distintas posturas, etc. y además da una escena de lucha naval, que permite saber cómo era. Hay figuras luchando medio desnudas con un estudio de la anatomía sin gran desproporcionalidad.

Hay un gran realismo, sobre todo en los barcos. Por el otro lado hay una escena de animales y en la parte superior una figura de un hombre entre leones, en una disposición simétrica y vestido como en el mundo mesopotámico, por lo que se piensa que la imagen fue tomada con un cilindro sello mesopotámico o que incluso proviniera de allí.
Paleta del rey Narmer o Menes
De finales IV milenio, en torno al año 3000. Es la más representativa de muchas paletas parecidas que se usaban para contener ungüentos, aunque ésta parece que nunca se usó con tal fin, aunque tiene el hueco característico donde se ponían los ungüentos. Es de pizarra.

Tiene una iconografía que nos habla de la importancia del faraón y de la unión de las dos tierras de Egipto. Está realizado en bajorrelieve. Las dos caras están coronadas por las caras de Hathor.
En una cara hay una gran escena que muestra en grande al faraón con la corona del Alto Egipto y castigando con una maza a un hombre. Esto implica movimiento, aunque tiene los dos pies apoyados en el suelo. A la derecha aparece Horus llevando un símbolo del Bajo Egipto (seis flores de papiro), aunque también se dice que son seis clavijas, referentes a los seis enemigos que el faraón había vencido. Detrás de él se encuentra el portador de las sandalias, con unas sandalias y una vasija de ungüentos en las manos.
Abajo, y en una escena separada, hay dos personajes huyendo que tienen su continuidad en la otra parte de la paleta. En esta parte hay tres registros: en el superior aparece el faraón jerarquizado por su tamaño con la corona del Bajo Egipto.
Detrás también se encuentra el portador de las sandalias y delante un lugarteniente, también jerarquizado, que organiza el ejército con banderolas. A la derecha están los enemigos derrotados y decapitados. En el registro intermedio hay dos animales fantásticos de cuellos muy largos entrelazados que simbolizan la unificación. En el registro inferior se muestra la derrota de una ciudad: un toro arremete contra una ciudad amurallada con torreones y en la que destaca un edificio más noble, un palacio.
Estela del rey serpiente
Es uno de los mejores ejemplos de estelas. Se levantan en vertical y son lisas hasta la parte superior, en la que se encuentra un bajorrelieve. En éste se encuentra Horus dominando todo y debajo de él un palacio amurallado con una serpiente dentro que simboliza al faraón.

Relieve de Hesire
Está realizado en bajorrelieve y pertenece a la III dinastía y se encontró en el gran grupo de Saqara. Es el prefecto de los escribas. Es característico: ley de la máxima claridad, actitud de caminar pero con ambos pies sobre el suelo, torso, piernas y cabeza de perfil, pero ojo, ombligo, pezón y piernas de perfil. Está bien proporcionado.

Escultura de bulto
El faraón Zoser
Servirá de modelo para las esculturas de faraones posteriores. Se encontró en el recinto funerario del monarca en Saqara. La parte de la cabeza está muy estropeada. Está sentado en un trono con el que forma un bloque, con la espalda recta pegada a él, las piernas juntas y los brazos pegados al cuerpo. Está envuelto en un manto. En la mano derecha seguramente llevaría un cetro y la izquierda la tiene abierta y apoyada en la pierna (símbolo de magnanimidad). Lleva una peluca grande y larga con el nemes por encima, que da una forma un tanto poligonal que recuerda la cabeza de una cobra, símbolo del rey. Tiene una barba larga ondulada. Es una figura muy frontal y rígida, tiene restos de policromía (en la peluca, en un bigote fino, etc.) y la mirada al frente. Tamaño natural

El faraón Kefrén
Kefrén fue un faraón de la IV dinastía, y esta estatua fue encontrada de el templo del valle. Está realizada en piedra dura y oscura y también es de tamaño natural. Es muy similar a la anterior: realismo idealizado, sentando en el trono donde, como va a ser común, se aprovecha para poner jeroglíficos. Los brazos del trono son alusivos al león, símbolo de fuerza y poder

Es también una escultura frontal, rígida, con la mirada al frente, pero frente a la de Zoser sí tiene un rostro con una cierta expresividad. Tiene una anatomía fuerte, sana. Las manos sobre las piernas, la derecha con el puño cerrado (símbolo de poder), que a veces podía llevar un cetro o un sello, apoyado en vertical, mientras que la izquierda permanece abierta (símbolo pues de poder y de magnanimidad). No viste un manto, sino el faldellí plisado.
Lleva los atributos del faraón (nemes y hureus) y detrás de su cabeza se encuentra el dios Horus extendiendo sus alas como protector del faraón, pero también identificándose con el faraón.
En los lados del trono hay relieves con las flores de papiro y de loto unidas, que simbolizan la unión de las dos Tierras. En la base de la escultura hay cartuchos con el nombre del faraón.
La tríada de Micerinos
El faraón Micerinos, de la IV dinastía, ordenó realizar ocho estelas en altorrelieve referentes a su persona, de las que sólo se han conservado la mitad. En ésta, el faraón se encuentra acompañado por la diosa Hathor y por la diosa del nomos de Kynópolis (perro negro).

Están en posición frontal, las figuras son muy rígidas y frías en la actitud, con la mirada al frente que hace que se alejen.
Micerinos se encuentra en el centro, con la corona del Alto Egipcio, el faldellí plisado y la barba postiza. Se encuentra en posición de echarse a andar y sus brazos están junto al cuerpo con los puños cerrados. Es de musculatura fuerte y muy marcada, con una cierta geometrización.
Las figuras femeninas tienen las piernas juntas y están vestidas a la moda del momento, con una túnica larga de lino, normalmente blanca, que se ajusta mucho al cuerpo dejando ver toda la anatomía. Su pelo cae por delante del pecho, pero no es demasiado grande y deja las orejas al descubierto. Las dos tienen un brazo pegado al cuerpo y con el otro se agarran al faraón. Sobre sus cabezas se encuentras sus símbolos.
Micerinos con su esposa Kamerernesti
Es muy similar a la anterior. Está realizada en piedra oscura. Él tiene el pie bastante adelantado, mientras que ella sólo un poco. No hay jerarquización por tamaño, pero en la actitud de la mujer hay sumisión, totalmente agarrada al faraón.

Rahotep y su esposa Nefret
Es el mejor ejemplo de los grupos de estatuaria noble. Aparece en una mastaba y pertenece a la IV dinastía. Quedan identificados por una inscripción que se encuentra en la parte de atrás de los asientos. Él era sacerdote y sobretodo lugarteniente militar del faraón, y ella familiar de Keops.

Están realizados en caliza policromada, cuya pintura se ha conservado extraordinariamente. El hombre tiene el tono de piel más oscuro que el de la mujer. Son esculturas sedentes pegadas a sus respaldos, que son muy altos.
El hombre tiene el brazo sobre el pecho, quizá en relación con su sumisión al faraón, mientras el otro tiene el puño cerrado, seguramente en relación con su poder. Está semidesnudo, lleva un collar, bigote, el pelo negro y los ojos pintados.
La mujer está vestida con una túnica de lino blanco con un amplio escote adornado con un gran collar. Tiene los dos brazos cruzados y una gran peluca que no llega a la altura del pecho y que está sujeta con una diadema adornada con mucho detalle. Ambos tienen las piernas demasiado rígidas con los tobillos muy anchos y los dedos muy marcados.
El enano Senet y su familia
Es más pequeña que la anterior. No debían ser nobles pero sí haber un conseguido una cierta importancia en la corte.

El defecto de Senté es tratado con gran amabilidad y se le retrata orgulloso con su familia. Su mujer y él están sentados sobre un bloque con jeroglíficos referidos a ellos. Está policromada.
El hombre, para disimular que era enano, está sentado con las piernas dobladas en actitud semejante a la de un escriba. Para salvar el hueco que dejan sus piernas, se colocan a los dos hijos.
La actitud de Senté es muy tranquila, con las manos unidas delante del pecho y el rostro lleno de orgullo. La mujer está agarrándole, sumisa, también orgullosa de su marido. Los hijos tienen los dedos hacia la boca y con la trenza típica de los niños. Los pies son incluso más toscos que en la anterior.
Cheid-el-Beled
Es de la V dinastía. El personaje en realidad se llamaba Kaaper, este nombre, "El alcalde del pueblo" fue el que le dieron los árabes al encontrarlo. Era un gobernador, por lo que tiene el bastón de mando, y también un sacerdote, por lo que está rapado.

Se trata de una escultura muy realista ya que refleja perfectamente a un personaje muy seguro de sí mismo, con la mirada al frente. Es obeso, lo que refleja su situación económica. Está en actitud de echarse a andar, con la pierna izquierda adelantada, y tiene un brazo junto al cuerpo y el otro rompiendo el espacio sujetando el bastón de mando. Está realizada en madera y tiene restos de policromía, aunque se piensa que pudo haber estado cubierto de planchas de metal por la existencia de orificios en su cuerpo.
El escriba sentado
Las representaciones de escribas empiezan a aparecer en la IV dinastía, pero son especialmente destacables los de la dinastía V, de la que procede esta. Está realizado en caliza policromada. Tiene los ojos incrustados realizados con cristal y pequeñas piezas de bronce.

Tiene las piernas cruzadas y está sentado sobre ellas. Con una mano sujeta el papiro que tiene apoyado sobre las piernas y con la otra está en posición de estar a punto de escribir. Tiene una anatomía muy realista, con los brazos algo alejados del cuerpo, la cabeza erguida mirando al frente con actitud de atención y el rostro muy delgado, con la barbilla y los pómulos muy marcados.
El escriba Morgan
Está en la misma postura y actitud que el anterior, pero tiene la anatomía más descuidada. Lleva peluca.

Escultura popular
Tiene un tratado bastante diferente a los otros dos grupos de escultura. Su representación son los llamados outsbeti, pequeñas figurillas que aparecen en las tumbas para servir a su señor en la vida de ultratumba.
Son figuras en movimiento, realizando acciones, por lo que muchas veces están agachados, en cuclillas, etc. Aparecieron en el Imperio Antiguo y fueron muy frecuentes en el Imperio Medio, donde se solían representar en grupos. Están realizados con materiales pobres (madera, barro), que van a estar policromados, lo que les da una mayor vivacidad.
A veces están articulados y también pueden estar vestidos con telas. En algunas ocasiones se les ha encontrado en unas especies de cajas, realizadas con arcilla y barro, normalmente decoradas, en las que se han encontrado miniaturas que muestran cómo debían ser las casas en aquella época. Hay grandes cambios en el estilo: en el Imperio Antiguo son más bastas, más rechonchas, mientras que en el Imperio Nuevo son más esbeltas. Aunque son figuras en movimiento, mantienen el rostro inexpresivo.

viernes, 23 de diciembre de 2011

El Valle de los Reyes es la necrópolis de Egipto donde se encuentran inhumados muchos de los faraones del Imperio Nuevo, a día de hoy se han descubierto más de 60 tumbas talladas en las rocas.
En la antigüedad, el valle se denominó "Ta Iset Maat", lo que significa "lugar de la verdad". El primer faraón que fue enterrado en el Valle de los Reyes fue el rey Tutmosis I, faraón de la XVIII dinastía.
El Valle de los Reyes es una de las visitas imprescindibles de Egipto y, si llevas incluidas las visitas con la agencia, ésta estará incluida.
Los viajeros que vamos por libre, con la entrada básica tendremos acceso a las tres tumbas que queramos, a excepción de la de Tutankhamon, la cual requiere una entrada especial, y la de Seti I, que actualmente no puede ser visitada.
Para los interesados en visitar la tumba de Tutankamon, decir que no tiene nada realmente especial ya que todos los objetos que se encontraron dentro de ella están ahora en el Museo de El Cairo. Probablemente, lo que más nos llamará la atención, es la cantidad de tesoros que encontraron en un espacio tan pequeño.
Si tuvieramos que elegir nuestras tumbas preferidas, nosotros elegiríamos las de Tutmosis III, Ramsés VI, Ramsés IX, Siptah y Ramsés IV.
Es recomendable llegar cuanto antes tanto para encontrar menos turistas y evitar las colas como para evitar el calor de media mañana, ya que el valle está localizado en una montaña donde no encontraremos ninguna sombra.
Si vamos por libre, para llegar al Valle de los Reyes la mejor opción es alquilar un taxi durante toda una mañana, así podremos hacer el resto de visitas de interés de Lúxor, como el Templo de Hatsepsut, situado a muy poca distancia. Un precio justo podría rondar las 100LE.
La maldición del faraón es la creencia de que sobre cualquier persona que moleste a la momia de un faraón del Antiguo Egipto cae una maldición por la que morirá en poco tiempo. Existía la creencia de que las tumbas de los faraones tenían maldiciones escritas en ellas o a sus alrededores, advirtiendo a quienes las leyeran para que no entrasen. La maldición asociada al descubrimiento de la tumba del faraón de la XVIII dinastía Tutankamon es la más famosa en la cultura occidental. Muchos autores niegan que hubiese una maldición escrita, pero otros aseguran que Howard Carter encontró en la antecámara un ostracon de arcilla cuya inscripción decía: «La muerte golpeará con su bieldo a aquel que turbe el reposo del faraón».[1]

 

 La maldición de Tutankamon

A principios del siglo XX la mayor parte de la historia del antiguo Egipto era desconocida para la mayoría de la población. Poco se sabía de aquella época, y menos aún de la mayor parte de los faraones egipcios.
Aunque se asocien las Pirámides de Egipto con los enterramientos de los faraones, lo cierto es que solo se usaron en el Antiguo Egipto entre las dinastías III (2650 a. C.) y XIII (1750 a. C.), pero ya en la dinastía XVIII (1300 a. C.) se prefería excavar grandes tumbas con varias salas en el interior de parajes escarpados (Valle de los Reyes). Estas salas se decoraban y llenaban de valiosos objetos y en ellas se depositaba el cuerpo embalsamado de los faraones, dentro de un sarcófago.
La tumba de Tutankamon de la dinastía XVIII permaneció oculta durante más de tres mil años. Existen evidencias de que fue sacada y luego restaurada en los meses posteriores a su enterramiento, pero el cambio de dinastía, y la tierra desplazada de los desescombros de otras tumbas próximas provocó que un siglo después del enterramiento de Tutankamon, el emplazamiento de su tumba o incluso la misma existencia del faraón habían sido olvidados. Los ladrones de tumbas de las dinastía XIX y XX incluso llegaron a construir algunas cabañas encima de la tumba sin sospechar de su existencia.
Momento en el que Howard Carter descubre el sarcófago.

Descubrimiento de la Tumba

En la década de los años 1920, el egiptólogo Howard Carter descubrió la existencia de un faraón de la XVIII dinastía hasta entonces desconocido, y convenció a Lord Carnarvon para que financiase la búsqueda de la tumba que se suponía intacta en el Valle de los Reyes. El 4 de noviembre de 1922 se descubrieron los escalones que descendían hasta una puerta que aún mantenía los sellos originales. El 26 de noviembre, en presencia de la familia de Lord Carnarvon, se hizo el famoso agujero en la parte superior de la puerta por el que Carter introdujo una vela y vio según sus palabras «cosas maravillosas». La tumba, luego catalogada como KV62, resultó ser la del faraón Tutankamon y es la mejor conservada de todas las tumbas faraónicas. Permaneció prácticamente intacta hasta nuestros días hasta el punto que cuando Carter entró por primera vez en la tumba, incluso pudo fotografiar unas flores secas de dos mil años atrás que se desintegraron en seguida. Después de catalogar todos los tesoros de las cámaras anteriores, Carter llegó a la cámara real donde descansaba el sarcófago del faraón desde hacía tres mil años. Y entonces empezaron a morir personas que habían visitado la tumba.
 Primeras muertes
En marzo de 1923, cuatro meses después de abrir la tumba, Lord Carnarvon fue picado por un mosquito y poco después se cortó la picadura mientras se afeitaba. En unos días enfermaba gravemente y fue trasladado a El Cairo. Aunque los médicos pudieron detenerle la infección que había empezado a extenderse por el cuerpo, una neumonía atacó mortalmente a Lord Carnarvon, que murió la noche del 4 de abril. Se cuenta que a la misma hora de la muerte, el perro de Lord Carnarvon aulló y cayó fulminado en Londres. Además, cuando Lord Carnarvon murió, en el Cairo hubo un gran apagón que dejo a oscuras la ciudad.
Poco más necesitó la prensa inglesa para airear las leyendas de la maldición de los faraones. Incluso algunos afirmaron que en un muro de las antecámaras estaba escrito: «la muerte vendrá sobre alas ligeras al que estorbe la paz del faraón», aunque en realidad esta frase nunca apareciese en las detalladas notas de Carter y el muro fue derribado para entrar en la tumba. Sir Arthur Conan Doyle se declaró creyente en la maldición, la escritora Marie Corelli afirmó tener un manuscrito árabe que hablaba de la maldición y el arqueólogo Arthur Wiegall publicó oportunamente un libro sobre la maldición de los faraones.
A la muerte de Lord Carnarvon siguieron varias más. Su hermano Audrey Herbert, que estuvo presente en la apertura de la cámara real, murió inexplicablemente en cuanto volvió a Londres. Arthur Mace, el hombre que dio el último golpe al muro, para entrar en la cámara real, murió en El Cairo poco después, sin ninguna explicación médica. Sir Douglas Reid, que radiografió la momia de Tutankamon, enfermó y volvió a Suiza donde murió dos meses después. La secretaria de Carter murió de un ataque al corazón, y su padre se suicidó al enterarse de la noticia. Y un profesor canadiense que estudió la tumba con Carter murió de un ataque cerebral al volver a El Cairo.
Al proceder a la autopsia de la momia se encontró que justo donde el mosquito había picado a Lord Carnarvon, Tutankamon tenía una herida. Este hecho disparó aún más la imaginación de los periodistas, que incluso dieron por muertos a los participantes en la autopsia. En realidad, excepto el radiólogo, los demás miembros del equipo vivieron durante años sin problemas, incluido el médico principal. El mismo descubridor de la tumba, Howard Carter, murió por causas naturales muchos años después.
A principio de la década de los 30, los periódicos atribuían hasta treinta muertes a la maldición del faraón. Aunque muchas de ellas eran exageraciones, la casualidad parecía insuficiente para explicar las demás. La falta de más escándalos y muertes extrañas disipó poco a poco el interés de los periodistas los siguientes treinta años.
Howard Carter ante el sarcófago.

 La maldición reaparece

En las décadas de 1960 y 1970 las piezas del Museo Egipcio de El Cairo se trasladaron a varias exposiciones temporales organizadas en museos europeos. Los directores del museo de entonces murieron poco después de aprobar los traslados, y los periódicos ingleses también extendieron la maldición sobre algunos accidentes menores que sufrieron los tripulantes del avión que llevó las piezas a Londres.
La última víctima atribuida a la maldición fue Ian McShane: durante la filmación de la película en los años ochenta sobre la maldición, su coche se salió de la carretera y se rompió gravemente una de las piernas.
 Explicaciones de la maldición
La explicación más común a la maldición de los faraones es que fue una creación de la prensa sensacionalista de la época. Un estudio mostró que de las 58 personas que estuvieron presentes cuando la tumba y el sarcófago de Tutankamon fueron abiertos, sólo ocho murieron en los siguientes doce años. Todos los demás vivieron más tiempo, incluyendo al propio Howard Carter, que murió en 1939.[2] El médico que hizo la autopsia a la momia de Tutankamon vivió hasta los 75 años.[2]
Algunos han especulado con que un hongo mortal podría haber crecido en las tumbas cerradas y haber sido liberado cuando se abrieron al aire. Arthur Conan Doyle, autor de las novelas detectivescas de Sherlock Holmes, fomentó esta idea y especuló con que el moho tóxico había sido puesto deliberadamente en las tumbas para castigar a los ladrones de tumbas.
Aunque no hay pruebas de que tales patógenos fuesen responsables de la muerte de Lord Carnarvon, tampoco hay duda de que sustancias peligrosas pueden acumularse en tumbas antiguas. Estudios recientes de antiguas tumbas egipcias abiertas en la actualidad que no han estado expuestas a los contaminantes modernos hallaron bacterias patógenas de los géneros Staphylococcus y Pseudomonas, así como los mohos Aspergillus niger y Aspergillus flavus. Además, las tumbas recién abiertas se convierten a menudo en refugio para los murciélagos, cuyo guano puede transmitir la histoplasmosis. Sin embargo, a las concentraciones halladas típicamente, estos patógenos sólo suelen ser peligrosos para personas con sistemas inmunológicos debilitados. Las muestras de aire tomadas del interior de un sarcófago sellado mediante un agujero perforado, tenían altos niveles de amoníaco, formaldehído y ácido sulfhídrico, que si bien son gases tóxicos también resultan fáciles de detectar en concentraciones peligrosas por su fuerte olor.[3]
Howard Carter, el principal «implicado», murió el 2 de marzo de 1939 a los 64 años, de muerte natural, 17 años después. Su frase preferida cuando le hablaban de la «maldición», era: «Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas.» Y añadía: