El esplendor de Egipto: el Imperio Nuevo
Del gran Tutmosis al no menos grande Ramsés II, de Karnak a Abu Simbel, de los templos de Deir el-Bahari a las tumbas del Valle de los Reyes... Al Imperio Nuevo pertenecen los reyes más famosos, los templos más impresionantes, los tesoros más conocidos del antiguo Egipto.
El antiguo Egipto vivió su época más brillante en el llamado Imperio Nuevo, un período que se extiende desde 1552 hasta 1069 a.C., y que comprende las dinastías XVIII, XIX y XX. Los faraones más célebres de toda la historia egipcia pertenecen a esta época: Amosis, Tutmosis III, Amenhotep II, Akhenatón, Ramsés II… Después del último gran faraón que cabe recordar, Ramsés III, se entró en una fase de conflictos y crisis internas que condujo al fin del Imperio Nuevo y al declive de todo el país, que quedó a merced de las nuevas grandes potencias del Mediterráneo oriental.
Durante el Imperio Nuevo, Egipto aparecía como el Estado más poderoso de todo el Próximo Oriente, una condición que los faraones debieron defender en continuos enfrentamientos bélicos con los países vecinos. Amosis fundó la dinastía XVIII al conseguir expulsar del delta del Nilo a los hicsos, contra quienes se mantuvieron las hostilidades durante decenios. Luego fue el turno de Mitanni, un Estado surgido en Anatolia que se expandió por Siria y Palestina. Por el sur, en el curso medio y alto del Nilo, los egipcios extendieron su poder a costa de Nubia, hasta superar bajo la dinastía XVIII la tercera catarata. Más tarde, desde Libia partieron sucesivas ofensivas de los llamados Pueblos del Mar, que pusieron en jaque al poder faraónico hasta derribar a la dinastía XIX.
La incesante actividad militar contra los Estados vecinos y los pueblos invasores hizo que los faraones se presentaran ante sus súbditos sobre todo bajo el aspecto de guerreros. Los relieves de los templos relataban las gestas de los soberanos con todo lujo de detalles, subrayando su rigor implacable contra los enemigos. Al mismo tiempo, se realzó la condición divina de los faraones y su alianza con el poderoso clero consagrado al culto del dios Amón. El impresionante programa arquitectónico del que conservamos tantas muestras da fe de la voluntad de ensalzar al soberano equiparándolo con los dioses.
Durante el Imperio Nuevo, Egipto aparecía como el Estado más poderoso de todo el Próximo Oriente, una condición que los faraones debieron defender en continuos enfrentamientos bélicos con los países vecinos. Amosis fundó la dinastía XVIII al conseguir expulsar del delta del Nilo a los hicsos, contra quienes se mantuvieron las hostilidades durante decenios. Luego fue el turno de Mitanni, un Estado surgido en Anatolia que se expandió por Siria y Palestina. Por el sur, en el curso medio y alto del Nilo, los egipcios extendieron su poder a costa de Nubia, hasta superar bajo la dinastía XVIII la tercera catarata. Más tarde, desde Libia partieron sucesivas ofensivas de los llamados Pueblos del Mar, que pusieron en jaque al poder faraónico hasta derribar a la dinastía XIX.
La incesante actividad militar contra los Estados vecinos y los pueblos invasores hizo que los faraones se presentaran ante sus súbditos sobre todo bajo el aspecto de guerreros. Los relieves de los templos relataban las gestas de los soberanos con todo lujo de detalles, subrayando su rigor implacable contra los enemigos. Al mismo tiempo, se realzó la condición divina de los faraones y su alianza con el poderoso clero consagrado al culto del dios Amón. El impresionante programa arquitectónico del que conservamos tantas muestras da fe de la voluntad de ensalzar al soberano equiparándolo con los dioses.
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