La más antigua representación de un faraón está grabada en rocas de un lugar desértico del sur egipcio y muestra a un monarca incógnito en lo que era entonces un deporte real: cobrar impuestos.
El grabado en una roca vertical muestra a un hombre al frente de una caravana de embarcaciones en las que viajan prisioneros y animales, que eran utilizados como moneda de pago.
Los dibujos, descubiertos por un equipo de la Universidad de Yale, están a poca distancia de la gran represa de Asuán, lo que implica que al igual que el Moisés bíblico se salvaron de las aguas por esas casualidades de la historia y la geografía.
Y de los saqueadores de tumbas, incapaces de remover la roca, lo que ha permitido rescatar un testimonio que de otra forma habría ido a parar a alguna colección privada, como muchos otros perdidos para la humanidad.
En realidad los grabados fueron descubiertos a fines del siglo XIX, pero estuvieron olvidados hasta 1960, cuando un arqueólogo egipcio, Labib Habachi, los fotografió, pero los mantuvo en privado por razones ignoradas.
Con una antigüedad estimada en cinco mil años, tienen otro rasgo interesante: es la primera representación de un rey y, es probable, el inicio del culto que con el tiempo los elevaría a la categoría de dioses.
Los arqueólogos ignoran cuál de los muchos hombres, y algunas mujeres, que rigieron este país es el que aparece en el bajo relieve, pero suponen que se trate de Narmer, quien unificó el alto y el bajo Egipto y, de paso, fundó la estirpe faraónica, que tanto ha dado que hablar.
Eran los bellos y famosos del momento, y los únicos que tenían recursos para presumir y darse lujos: pocas cosas cambian a pesar del paso del tiempo.
En aquella época los faraones “trabajaban” poco, cobrando los impuestos, y carecían de la sofisticación de sus sucesores, los cuales cometieron el craso error de confiar a funcionarios cobrar esos gravámenes, dando paso a la malversación y a la corrupción administrativa.
Ese ascenso en la escala social, se demostró insuficiente para salvarlos de las intrigas palaciegas, como evidencia la muerte de Ramsés III, de un tajo asesino en el cuello, siglos después.
Más que una representación, los expertos han encontrado una galería de bajorrelieves de 10 metros de ancho en los cuales el monarca está rodeado de su séquito, entre ellos esclavos abanicándolo, otra prueba de que ya entonces era bueno ser el rey.
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