La autora relata una leyenda que relaciona a la momia de una princesa egipcia con el hundimiento del Titanic, partiendo de la creencia de que aquella se cobra venganza sobre sus profanadores y/o compradores.
TEXTO. ZUNILDA CERESOLE DE ESPINACO. FOTOs. REVISTA NOSOTROS.
En 2012, el mundo recordó el centenario de una tragedia ocurrida el 15 de abril de 1912: el hundimiento en el océano Atlántico del crucero Titanic. A partir de este hecho trágico surgieron cientos de relatos, historias, opiniones y, como no podía ser de otra manera, leyendas con un abanico de versiones y, una de ellas, es la que da pie al título del presente artículo.
En principio, está relacionada con el país, cuya forma semeja una flor de loto con extenso tallo: Egipto. Se cuenta que, a fines del siglo XIX ,cuatro amigos oriundos de Inglaterra llegaron como turistas a la tierra de los faraones. Todos ellos gozaban de una excelente posición económica.
Estando en Luxor, un intermediario entre los mismos y un grupo de egipcios y franceses dedicados a profanar y robar tumbas para comerciar ilegalmente los botines obtenidos les ofreció venderles una momia.
Se trataba de una princesa, Amen-Ra, quien viviera en Egipto unos 5.000 años antes de Cristo. Al morir, su cadáver fue momificado y depositado en un hermoso sarcófago de madera preciosamente tallado. En respuesta a una orden faraónica, el ataúd quedó herméticamente guardado en una bóveda oculta a orillas del Nilo, en Luxor.
Todos se mostraron ansiosos por adquirirla pero -a fin de salvaguardar su buena amistad- decidieron dejar la compra en manos del azar y echar suertes. El que fue favorecido pagó el precio estipulado y convino que se la llavaron al hotel.
LA VENGANZA
Así sucedió, mas parece ser que tal como creían los antiguos egipcios, los muertos volvían a la tierra para ejecutar actos de venganza sobre los profanadores y, tal vez, los despojos de la princesa tenían enquistados un misterioso poder maligno, que originó una serie de sucesos nefastos, desde las postrimerías del siglo XIX hasta el 15 de abril de 1912.
La noche de la jornada en que ingresaron la momia al hotel, su dueño fue visto por varios testigos cuando -después de abandonar precipitadamente su habitación- rumbeó hacia el desierto, de donde jamás regresó.
Al otro día, uno de sus amigos fue herido por un tiro que le disparó su sirviente egipcio (otra versión asegura que fue herido con un cuchillo por la sirvienta egipcia que lo asistía) y hubo que amputarle un brazo.
El tercero del cuarteto que vacacionaba en Egipto, al regresar a Inglaterra, se encontró con que el banco donde tenía depositada la fortuna familiar había quebrado, sumiéndolo en la bancarrota.
Y, finalmente, el último comenzó a padecer de una extraña enfermedad que le hizo gastar toda su fortuna en médicos, curaciones y remedios. Logró luego de mucho tiempo restablecerse y, al no conseguir entonces trabajo, quien tanto dinero había tenido acabó vendiendo fósforos en las calles para poder subsistir.
MÁS DESGRACIAS
El sarcófago, por los más curiosos meandros, llegó a Londres y fue comprado por un comerciante, quien -atemorizado porque después de adquirirlo tres parientes sufrieron un accidente de tránsito y en su casa hubo un principio de incendio cuyo origen no resultaba claro- por miedo supersticioso lo donó al Museo Británico.
No obstante que ya circulaban rumores sobre el poder fatídico de la momia, el curador del mismo aceptó con gran satisfacción el valioso donativo, ya que descreía de supersticiones y leyendas.
Desde el día de la llegada a la institución, extraños sucesos comenzaron a manifestarse: el camión que transportó la momia -estando estacionado y sin que mediara una mano humana- dio marcha atrás e hirió a un peatón que pasaba por el lugar. Dos ordenanzas que subían por las escaleras la exótica carga fueron blanco de sucesos desgraciados; uno de ellos, al tropezar con un escalón, se rompió una pierna y el otro, siendo un hombre joven, falleció de un infarto dos días después.
Luego de ser instalada la momia en la Sala de Egiptología se produjeron incidentes extraños: los serenos decían que en las noches de guardia se escuchaban martilleos y sollozos desgarradores que provenían del milenario ataúd.
El personal de maestranza, aterrorizado, se negaba a efectuar la limpieza de Amen-Ra. Un peón fanfarrón le pasó -en forma deliberada e irreverente- el plumero al rostro de la momia, con el propósito de jactarse por ella ante los demás. Pagó muy caro su osadía, el castigo llegó muy pronto, apenas unos días después, su hijo murió de sarampión.
VELOS DE TRAGEDIA
Oscuros velos de tragedia se iban desplegando y envolviendo sin misericordia a las personas que trabajaban en el lugar. Nada más que una semana después de ocurrido el deceso del hijo del hombre de la maestranza, una delegación de limpiadores y de guardianes de la institución exigió que el sarcófago fuera llevado a uno de los sótanos, para que permaneciera aislado en el lugar y alejado del contacto con los mortales, a fin de evitar el influjo perverso que irradiaba.
La petición fue aceptada produciéndose el traslado bajo la supervisión del jefe de maestranza, quien posteriormente fue hallado muerto en su despacho.
El director del Museo decidió vender la momia a un coleccionista privado. Así lo hizo y el nuevo dueño también sufrió vicisitudes de índole privada y optó por trasladar su adquisición al altillo de su residencia.
Como era afecto a las ciencias ocultas, invitó a la célebre fundadora de la Teosofía, Madame Blavatsky a su casa. Ella concurrió ignorando la presencia de la momia. Estaba cómodamente sentada en un sillón cuando -repentinamente- se sintió presa de un desasosiego que atribuyó a una presencia negativa, escondida en algún lugar de la vivienda.
El sorprendido dueño de casa la llevó ante la momia. Madame Blavatsky le dijo sin titubear que la misma era una fuente de maldad muy poderosa, instándolo a que se deshiciese de ella en forma inmediata; por su propio bien debía hacerlo.
El consejo fue acatado y el hombre se la vendió a un arqueólogo norteamericano, quien quiso llevarla a su país y se las arregló para embarcarla en el Titanic, ya que él también viajaría en ese barco. Se dice que -dado su valor- no fue colocado su féretro en la bodega de la nave sino detrás del puente de mando del capitán Edward John Smith. Todo se realizó con el mayor sigilo. También que cuando la momia fue encontrada, el cuerpo cargaba amuletos y, el que más llamó la atención, fue uno que tenía la inscripción: “Despierta del sueño en que te sumiste. La mirada de tus ojos triunfará sobre tus enemigos”.
¿Fantasía o realidad enmarca a la historia de esta extraña pasajera? Lo cierto es que la momia no está en el manifiesto del viaje y nunca fue encontrada. A pesar de ello, la leyenda nos demuestra que sigue repercutiendo en el subconsciente del hombre moderno la sugestión y atracción de la milenaria cultura egipcia, como si se negara a desaparecer de la mente humana.
¿Fantasía o realidad enmarca a la historia de esta extraña pasajera? Lo cierto es que la momia no está en el manifiesto del viaje y nunca fue encontrada.
Del trágico episodio del hundimiento del Titanic surgieron cientos de relatos, historias, opiniones y leyendas.
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