Las características geográficas de Egipto ofrecían
una defensa natural del país y, aunque la inmensa mayoría del territorio era
estéril y, por tanto, inhabitable, existía la contrapartida de la gran
fertilidad de esa estrecha franja de terreno, regada por las crecidas anuales
del Nilo. A esa estrecha superficie habitable la denominaban los egipcios
Kemet, la Tierra Negra, en clara alusión al oscuro limo fertilizante que
el río dejaba tras la crecida. Este término ha sido tradicionalmente traducido
por Egipto, palabra de origen griego (Aigyptos) con la que
actualmente se sigue denominando al país. Como ejemplo característico, el autor
de El Cuento del Náufrago escribía: “Había allí ciento veinte
marineros, de entre lo más escogido de la Tierra Negra”(10), término con el que, sin duda, hizo referencia al lugar de
origen de los marinos, de dónde se puede deducir que los egipcios prácticamente
consideraban su tierra, su país, tan sólo a esa estrecha zona que les
proporcionaba las condiciones necesarias para la vida. Las tierras que rodeaban
a esta franja eran denominadas Deseret, la Tierra Roja, el desierto, y
estaban asociadas al dios Seth(11) .
La desembocadura del Nilo, que formaba un
enorme Delta, provocó la tradicional división del país en dos zonas bien
diferenciadas: el Bajo Egipto, al norte, abarcaba el fértil Delta, y el Alto
Egipto, al sur, comprendía el estrecho valle del río. El Nilo, auténtico
proveedor de la riqueza del país, fue personificado en una figura andrógina,
Hapy, representado con los símbolos tradicionales de la fertilidad, aunque
también se identificó con la figura de otros dioses vinculados a la fecundidad,
especialmente con Osiris (12). Hapy, la figura mítica que
personificaba al Nilo, solía aparecer a ambos lados del símbolo de la
unificación del país, el semataui, entrelazando las plantas heráldicas
del Alto y Bajo Egipto en una tráquea que partía de dos pulmones. Figura 2. Dada
la diferencia entre estas dos zonas, el movimiento unificador partió siempre del
Alto Egipto, menos fértil que el Delta que, además, gozaba de una apertura al
mar Mediterráneo, importante vía de transacciones comerciales.
Las crecidas del Nilo determinaron la fijación
de un calendario, de idéntica duración al solar, denominado sothíaco, ya que se
regía por la aparición de la estrella Sothis, la Sirio griega, dado que el nivel
máximo del río se producía el 19 de julio coincidiendo con la aparición de este
astro; previamente, la inundación se iniciaba a mediados del mes de junio en
Asuán. Esta fecha simbólica marcaba la celebración del Año Nuevo, el año civil
egipcio que constaba de 365 días. El desfase producido con el año astronómico
—con un ciclo de 365’25 días— se iba acumulando hasta que ambos (el año sothíaco
y el astronómico) volvían a coincidir transcurridos 1.461 años; este era el
denominado período sothíaco.
La inundación, producida por las lluvias
torrenciales en el curso más alto del río se iniciaba el citado 19 de julio, y
se prolongaba hasta mediados de octubre; a este período le sucedían las
estaciones de la siembra y la cosecha. Dada la escasez de lluvias que propiciaba
el clima desértico del país, el Nilo, y sus diferentes manifestaciones míticas,
presentaron cierta afinidad con los dioses celestes de otras civilizaciones
mediterráneas, más tarde asimilados a los productores del rayo, el trueno y,
sobre todo, la lluvia (13) . Dicha afinidad es la que describe un
fragmento del Gran Himno a Atón, en la tumba del sacerdote Ay, que resume
la importancia simbólica y económica del Nilo para los egipcios:
“Disco diurno, glorioso. Todos los lejanos
pueblos extranjeros, tú los haces vivir. Les has puesto un Nilo -'Hapy'- en el
cielo y él desciende para ellos y hace ondas sobre las montañas, como el mar,
para regar sus campos en sus poblados” .
RELIGIÓN Y ESCATOLOGÍA EGIPCIA
INFLUENCIA EN LAS CONCEPCIONES
ARTÍSTICAS
El Nilo no sólo condicionó la actividad
económica del país, sino que además, influyó profundamente en las creencias
religiosas y escatológicas de los habitantes de la Tierra Negra. En
palabras de Pilar González Serrano, “el Nilo impregnó a Egipto de
eternidad” (15). Al margen de otros condicionantes
geográficos, el Nilo fue sin duda el gran inspirador de la concepción de
ultratumba egipcia; sus crecidas anuales simulaban un continuo ciclo de muerte y
resurrección, subrayado por la dinámica de los astros, especialmente el sol y la
luna, y por las propias condiciones geográficas:
“En contraste con la exuberancia de las márgenes del
río y de las marismas, en el este y en el oeste se extendían amplias zonas
desérticas, regiones temibles por el terrible calor del día y el frío intenso de
la noche, por la sed angustiosa, por las enceguecedoras tormentas de arena y por
ser el dominio de demonios terribles y extraños monstruos. Esta encarnación en
el paisaje del contraste entre la vida y la muerte, les llevó a formular, como
no lo hiciera ningún otro pueblo de la Antigüedad, la creencia en la posibilidad
de la vida después de la muerte”.(16)
Si tenemos en cuenta que una parte importante
de la producción artística de Egipto que ha llegado hasta nosotros, se centra en
las pinturas de las tumbas descubiertas y en los objetos destinados a la vida
del difunto en el Más Allá, es fundamental analizar las creencias en la
ultratumba para comprender muchas de las producciones artísticas del valle del
Nilo. La complejidad de la religión egipcia ha suscitado numerosas y encontradas
interpretaciones, interpretaciones que van desde un politeísmo zoomórfico a un
monoteísmo inquebrantable en el que el disco solar sería, a través de los
tiempos, su gran protagonista, lo que sólo se constata, de forma evidente, en el
período de la llamada herejía amarniense y el culto a Atón(17)
. No obstante, no debe olvidarse que los textos(18)
nos remiten a un término, neter, que habitualmente se traduce por dios y
que no suele aparecer asociado a ninguno de los nombres de los grandes dioses
egipcios.
Esta circunstancia no permite, pese a todo,
defender la creencia en un dios único, ya que dicho término debe entenderse como
alusivo a un dios genérico, preeminente, cuyo nombre dependería en Egipto
del momento político e incluso del ámbito espacial del propio texto en el que
aparezca, ya que en cada uno de los nomos, o provincias, el dios local
era considerado como supremo, al margen de las grandes cosmogonías oficiales.
Jesús López y Joaquín Sanmartín (19) afirman que a este
aspecto de la religión egipcia se le debe dar el nombre de "henoteísmo",
es decir, la adoración de un dios predominante, pero no único; este término
define con mayor exactitud las características de la religión egipcia, y
traduce, en cierta forma, la tendencia sincrética de la mente de los egipcios,
uno de los elementos claves dentro de su pensamiento.
Por otra parte, los términos totemismo(20) o zoolatría, frecuentemente aplicados también a la
religiosidad egipcia, requieren ciertas matizaciones. En Egipto no se divinizaba
al animal como antepasado de un determinado grupo social, característica
definitoria del totemismo , sino que se adoró a un individuo concreto de
determinadas especies animales, cuidadosamente escogido como representante de un
dios; el animal era, en realidad, el depositario del ba del dios, aspecto
que remite a una de las cuestiones más complejas de la espiritualidad egipcia:
la concepción del alma.
Al margen del soporte físico del hombre, sus
componentes espirituales fueron tres: el ka, el ba y el aj. Henri
Frankfort (21) ha recopilado los diferentes enfoques que,
dada una cualidad esencial del pensamiento y el lenguaje egipcios, determinan
estos conceptos, y los ha definido minuciosamente al margen de asimilaciones
tópicas con nuestro lenguaje, tales como alma, espíritu, etc. El ka, cuyo
símbolo jeroglífico eran dos manos abiertas y alzadas, fue la fuerza
vital, una cualidad del hombre que se manifestaba con diferente intensidad
en las personas. El dios era el ka del rey, único que aparecía
personificado y representado en los monumentos; nacía con el propio rey y, a
veces, ha sido considerado como su gemelo y se le ha puesto en relación
directa con la adoración de la placenta del rey(22)
. Por otro lado, el ka de los plebeyos, dependiente del ka del faraón y, por
tanto, procedente de la divinidad, era más impersonal y encaja perfectamente en
la definición de fuerza vital. Figura 3. El aj, espíritu
transfigurado que moraba en el cielo, estaba, a diferencia del ka,
individualizado, y las ofrendas funerarias se dirigían generalmente a él. Se
escribía con el símbolo que representaba a un ibis con cresta, aunque no se le
consideraba estrictamente un pájaro, a diferencia del ba; su significado era
brillante, glorioso, y aludía al aspecto sobrenatural de los muertos. La
concepción del ba, es especialmente interesante, siendo éste el principio más
individualizado del alma egipcia; fue representado como un pájaro con cabeza
humana, siendo el elemento más íntimamente unido al cuerpo ya que precisaba un
apoyo físico para no perder su identidad. Era el principio que viajaba al
exterior de la tumba, tal y como fue descrito en el Libro de los Muertos
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