Rekhmire, funcionario en tiempos de Tutmosis III y Amenhotep II —reyes
de la dinastía XVIII—, se describía a sí mismo: “Yo era noble, el
segundo tras el rey [...] ocupaba la primera posición en el consejo
privado, me elogiaban en todo momento”.». Rekhmire, dado el poder que
llegó a concentrar en sus cargos —el religioso del Alto Egipto con el
administrativo del Bajo Egipto, Visir del Sur y Visir de la Residencia—
representa lo que actualmente llamamos el «poder ejecutivo» de la
nobleza del antiguo Egipto, es decir, la elite burocrática que
gestionaba los asuntos del país en nombre del soberano. Todos los
personajes que se aglutinaban al lado del faraón se consideraban muy
afortunados de estar en presencia del «Dios», de la representación
terrestre de la divinidad. Con la llegada del Imperio Nuevo (1552-1069
a.C.) el requisito indispensable para alcanzar este grado era, no tanto
ser familiar del rey, sino ser un personaje de confianza, permitiendo de
este modo una cierta permeabilidad jerárquica. El cargo más deseado fue
el de visir, título documentado desde el III milenio a.C. A él se
encomendaban las funciones más importantes: era el representante directo
del gobierno en lo administrativo y lo religioso además de encargarse
de los asuntos de palacio. Aunque en el transcurso del tiempo sufrió
algunas modificaciones, inicialmente en su mano estaban las tareas de la
elección del emplazamiento de la tumba real, supervisar el banquete
funerario y el acompañamiento musical, además de la gestión de las
granjas, los talleres, la mano de obra y largo etcétera. Las mujeres
tampoco quedaban excluidas del ascenso social: las nodrizas reales o las
esposas secundarias del soberano —incluidos los clanes familiares— se
agrupaban cerca de la reina cuando precisaba de mujeres de prestigio en
las ceremonias religiosas: las cantantes, músicas o bailarinas
encargadas de «tocar música y llevar el ritmo» se asociaban y recogían
en el jeneret. En este lugar podían vivir las esposassecundarias,
las favoritas o las concubinas del rey. Se trataba de un complejo
centro administrativo y de producción de estructura propia y en el que
convivían las mujeres bajo la dirección de la reina o de una Gran
Supervisora, que actuaba en su nombre. El jeneret contaba con sus
propios administradores y un numeroso personal de servicio: escribas,
guardianes, etc. Por lo que refiere a los varones, entre la nobleza
egipcia ligada al clero hubo multitud de ellos que compaginaban sus
ocupaciones religiosas con cargos militares o administrativos. Muestra
de la importancia social y la potencia económica de los nobles egipcios
fueron sus bellísimas tumbas y viviendas.
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