Las diversas representaciones ideológicas de los faraones tenían como
objetivo legitimar su autoridad sobre los habitantes, autoridad dada en
función de la mitología.
Las diversas representaciones ideológicas eran una forma de
justificar la relación asimétrica presentándola bajo el aspecto de un
intercambio recíproco: el faraón reclamaba impuestos y la realización de
prestaciones forzosas a cambio de seguridad y prosperidad. El rey
ofrecía la imprescindible mediación ante los dioses y ante las fuerzas
de la naturaleza para alejar de sus súbditos las distintas amenazas y
les daba la abundancia y paz necesaria para producir las rentas
necesarias que agradecían la generosidad del faraón, quien presentaba
ofrenda a los dioses para agradecer la abundancia y asegurar la
continuidad de su ayuda en el futuro.
El faraon
El elemento articulador de la ideología faraónica era el servicio a Maat,
un concepto personificado de la diosa del mismo nombre. Un concepto que
hace referencia a la justicia, a la armonía cósmica, al equilibrio y a
la paz y el orden. La tarea prioritaria del faraón era preservar el
orden, garantizar la prosperidad y combatir el caos. El faraón poseía el
respaldo de los dioses, esencial para el éxito, y como contrapartida
ofrecía ofrendas, templos y demás.
Faraón, ¿rey o dios?
El faraón
ocupa una posición ambigua. Mantiene relaciones estrechas y
privilegiadas con los dioses pero sin ser plenamente uno de ellos. Por
ejemplo, en varias representaciones se puede ver al faraón siendo
amamantado por dioses o ser sometido a un complejo ritual para
convertirse en dios. Entonces, ¿era un dios o un rey? Quizás sólo puede
ser considerado un dios en la medida que no haya otro ser capaz de
mediar entre ellos y los humanos. Sin dudas posee un carácter divino y,
si bien tiene una posición ambigua, puede ser considerado la
personificación del dios en la Tierra. El carácter divino del rey, se
expresaba a partir de sus títulos de Horus,
Horus de Oro e Hijo de Ra, en tanto que la naturaleza de su poder
estuvo en concordancia con la concepción dual del reino como totalidad y
se expresó a través de una serie de títulos dobles: Dos Señoras, Dos
Señores, Rey del Alto y Bajo Egipto.
La realeza egipcia
Dentro de la cultura egipcia la realeza faraónica fue concebida como
uno de los elementos esenciales y necesarios en la integración del orden
universal. El faraon tenía como función principal el mantenimiento de
Maat y actuaba como un verdadero órgano de integración cuya naturaleza
especial le permitía cumplir, dentro de la sociedad humana, el rol de
armonización entre lo divino y lo terrenal. El monarca era un ser
sobrenatural, encarnación de una divinidad suprema y su poder alcanzaba
la totalidad del país.
Los reyes en vida pertenecían a la categoría más alta y restringida de la jerarquía social. El ka
del faraón formaba parte de la esencia divina compartida por los dioses
y los antepasados reales, marcando una gran diferencia con el resto de
la población. Todos tenían su propio ka, pero únicamente el ka del
faraón era divino. El ka real existía a la par de la vida del monarca,
que era su manifestación terrena y confería a este su legitimidad. La
fusión del faraón con el dios y toda la representación escénica que se
llevaba a cabo tenía como consecuencia fijar límites entre la política y
el mito: la línea de sucesión real podía fallar por completo, incluso
alguien podía tramar asesinar al faraón y suplantarle por otro, pero
tras la realidad visible había un edificio con una enorme solidez, de
mitos, fiestas y marcos arquitectónicos que podía absorber y suavizar
las irregularidades. Podía transformar a los usurpadores en modelos de
legitimidad y tradición.
Un imperio implica una forma de gobierno en la cual se reconoce una
autoridad en la que está legitimado el uso de la fuerza. Justamente en
esa legalidad reside el fundamento de la estabilidad y permanencia del
gobierno.
En el caso de la monarquía egipcia, alcanzando el poder a través de
la unificación del país por medio de la fuerza, la legitimidad de su
establecimiento se logró de acuerdo a una doctrina que se adecuaba a la
mentalidad egipcia antigua: una concepción dual del universo manifestada en la interacción de los opuestos que mutuamente se equilibraban.
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