¿Para qué se
construyeron?
Hasta las últimas décadas del siglo XX la mayoría de los
arqueólogos afirmaban que se trataba de tumbas. A partir de entonces empezaron a
abundar las opiniones divergentes, que trataban así de responder al hecho de que
en las pirámides no había momias, cuestión solventada anteriormente por la
existencia de los profanadores de tumbas. Aún así, los lugares que sí son
tumbas, las del valle de los Reyes por ejemplo (entre ellas la famosa de
Tutankamón), aún habiendo sido profanadas conservan multitud de restos
arqueológicos que demuestran ese uso sin ninguna duda.
Con las pirámides no ocurre eso. Y menos aún con las tres más
famosas y raras, más perfectas y enormes y sin embargo las más antiguas: las 3
de la meseta de Giza, pertenecientes en principio a la IV dinastía, en el tercer
milenio antes de Cristo. Ese hecho ya es bastante chocante. Implica un saber
hacer “cumbre” y a partir de entonces una involución y ¿olvido de un saber
antiguo? En este sentido abundan las teorías heterodoxas que se apuntan a la
posibilidad de una civilización precedente, mucho más antigua y olvidada. La
divergencia está en la naturaleza de esa supuesta civilización anterior. Desde
la más radical o delirante que habla de extraterrestres, a los que hablan de la
Atlántida, o los que se abstienen de ponerle nombre.
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Es más, existe el caso de la pirámide de Sekhemjet, en la
necrópolis de Sakkara, que fue encontrada intacta en 1951 y sin embargo sin
restos corporales. Eso sí, conteniendo en su sala principal un impresionante
sarcófago de alabastro. Y es que la presencia de sarcófagos parece apuntar a una
de las nuevas teorías. Las pirámides estarían relacionadas con la muerte de
alguna manera, pero no de la muerte física sino con rituales de resurrección
espiritual, uno de los pasos esenciales en todo proceso de iniciación: muerte y
resurrección en vida.
En ese sentido es interesante recordar las experiencias
realizadas con materiales diversos, dejándolos un tiempo dentro de una
construcción piramidal. El resultado ha sido una conservación inusual, como si
realmente la forma piramidal influyera de manera más o menos directa sobre la
energía de aquello que permanece un tiempo en su interior.
También existe la teoría del uso como observatorios
astronómicos. Y la orientación de las tres de la meseta de Giza parecen apuntar
en esa dirección. El ingeniero Robert Bauval ha desarrollado toda una hipótesis
astronómica. Según su teoría estas tres pirámides son una traslación en la
tierra de la disposición de las 3 estrellas centrales de la constelación de
Orión. En concreto, la correlación sería exactamente la correspondiente al cielo
del año 10.500 a.C. con lo que se señalaría una fecha especialmente importante
por alguna razón.
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Relacionado con esta teoría habría que recordar la
identificación en Egipto entre el dios Osiris y la constelación de Orión, y
entre la diosa Isis y Sirio.
Robert Bauval va más allá en sus hipótesis, ya que en
referencia a la Esfinge que acompaña a las tres pirámides, señala las últimas
constataciones geológicas de los estudios del geofísico Thomas Dobecki y al
geólogo de la universidad de Boston Robert Schoch (no aceptadas por los
arqueólogos oficiales, ya que no suelen hacer caso de las opiniones de expertos
en otras ciencias, en este caso la geología. En la Esfinge hay marcados y claros
síntomas y marcas de erosión producidas por abundancia de agua. Y la
última abundancia de agua sucedió, precisamente, hacia el año 10.000 a. C.
En cuanto a cara de la Esfinge cada vez siembra más dudas. La
mayoría de las teorías apunta que se trata de una cara añadida al cuerpo de león
de la figura, mucho después. Y otros dudan de que esa cara sea la del faraón
Kefrén, cuyo nombre lleva la segunda pirámide en tamaño de las tres de la
meseta.
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Los grupos esotéricos, empezando por algunos tan famosos como
la masonería, la teosofía y los rosacruces y los de nueva era en general, no
sólo comparten la teoría de su uso como centros de rituales de transformación y
resurrección, también afirman que su “efecto” sigue estando vigente, de ahí la
mucha gente que ha recurrido al soborno, o a cualquier tipo de influencia, para
pasar una noche dentro de la gran pirámide. Y aunque hay diversidad de opiniones
sobre cuál es el punto más indicado, la mayoría se inclina por la cámara del rey
y, en concreto, el interior del sarcófago de granito que hay en ella (por cierto
otro enigma chocante, pues su tamaño hace imposible el haberlo introducido en la
cámara una vez construida).
Importante y sugerente es recordar que la gran mayoría de
restos arqueológicos se sabe con seguridad que sigue enterrado bajo la arena, o
incluso dentro de monumentos ya conocidos, como el laberinto de pasillos y
cámaras huecas, detectados en el interior de la gran pirámide por un equipo
japonés de la universidad de Waseda de Tokio en 1987. Y otros bajo la Esfinge.
La razón de que no se excaven se debe a la dificultad de conseguir permisos de
excavación por parte de las autoridades egipcias, a las que fundamentalmente les
interesa el turismo y su dinero, y tienden a usar posibles “descubrimientos” a
su manera mediática, como el tinglado multimedia que se montó hace pocos años
con la retransmisión de un robot abriendo una puerta en un pasillo de
ventilación de la gran pirámide. Y su reticencia a que excaven arqueólogos
extranjeros. En fin les interesa más seguir explotando lo que hay que descubrir
cosas nuevas.
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