¿Tiene sentido arriesgar la pervivencia de obras maestras de la
humanidad solo para que las disfruten algunos individuos? Claramente la
respuesta es no. Solo en el caso de que se trate de especialistas,
científicos o artistas que puedan devolver un bien social por el hecho
de su visita justifica ese riesgo. Por mucho que nos pese (a nosotros y a
nuestro arraigado fetichismo), hay lugares que debemos renunciar a
visitar los mortales comunes, al menos mientras no cambien radicalmente
las posibilidades de preservarlos de la amenaza que supone nuestra
presencia. De lo contrario, las generaciones futuras nos lo reprocharán,
y con razón.
Las cuevas con pinturas paleolíticas de España
y Francia y las tumbas egipcias más delicadas son dos de los ejemplos
más claros. En Francia, Lascaux lleva años cerrada; Font de Gaume y sus
maravillosos renos pueden aún visitarse, con grandes restricciones, pero
esa situación no durará mucho. En Egipto, la presión del turismo sobre
las tumbas del Valle de los Reyes es insostenible, y cada vez está más
cerca la decisión de realizar copias facsímiles como en Altamira.
Aunque
se las somete a una rotación, de forma que no siempre son visitables
todas las tumbas, el daño en las pinturas de las paredes y techos es
perceptible incluso para el no especialista: palidecen y desaparecen
como fantasmas. El problema fundamental e irresoluble es la humedad que
desprenden los cuerpos humanos. Para explicarlo con sencillez: la
respiración y la sudoración evaporada se depositan en paredes y techos
de roca, producen sales y estas excreciones empujan desde atrás el yeso
sobre el que está pintada la decoración y se desprende. También nacen
hongos. Se puede conseguir cierto control ambiental para grupos muy
reducidos pero el riesgo no deja nunca de existir. Lo mejor, sin ninguna
duda, es echar el candado.
Uno de los ejemplos paradigmáticos es
el de la tumba de Nefertari -la esposa principal de Ramsés II- en el
Valle de las Reinas (Luxor), quizá la máxima representación del arte
pictórico del Nuevo Imperio egipcio. La tumba fue restaurada y se le
instaló un dispositivo de control de condiciones ambientales. Se
autorizó la visita con cuentagotas, pero no tardaron en aparecer señales
de daños y la reina empezó a morir otra vez.
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