El arte egipcio fue la manifestación de un pueblo
profundamente condicionado por el entorno geográfico y climático; este
condicionamiento no debe interpretarse, sin embargo, como un determinismo
histórico absoluto, ya que hay que tener en cuenta la aportación humana, así
como otros aspectos, tanto políticos como económicos o religiosos, que
influyeron en la concepción artística egipcia. Sin embargo, para comprender y
examinar las obras que nos ha legado el antiguo Egipto, es preciso analizar
primero la peculiar geografía del país. Figura 1.
En palabras de Heródoto, “Egipto es un don del Nilo”
(Heród., Hist. II, 5.), frase que suele introducir gran parte de los
estudios históricos acerca de la civilización egipcia, ya que, indudablemente,
sin el caudal de este río, el desierto habría anulado la posibilidad de un
asentamiento humano estable en la zona. El territorio habitable se limitaba a
una estrecha franja de tierra a ambos márgenes del Nilo, que integraba,
aproximadamente, un 4% de la superficie total del país. En torno al río se
extendía el desierto, al oeste el Líbico, y al este el Arábigo; al sur, hacia
donde se perdían las misteriosas y anheladas fuentes del Nilo
1, el territorio de Egipto limitaba con Nubia.
Esta región se iniciaba en la Segunda Catarata
(actual Sudán) y de ella importaron los egipcios productos exóticos como marfil
o incienso, así como también oro procedente de las minas ubicadas en la Baja
Nubia y, más al sur, en el Kush.
La
zona de Nubia, tradicionalmente dominada y explotada por el Egipto faraónico,
conoció un momento de esplendor en torno al siglo I a.C. Independiente desde
tiempos de la XXI Dinastía (1075 - 945 a.C.) , Nubia mantuvo relaciones
comerciales con Egipto durante el reinado Sheshonq I . Posteriormente, la
desmembración de lo que fue el territorio egipcio se tradujo en una
fragmentación del poder; al mismo tiempo, se consolidaba un reino nubio en
Napata, cuyo mandatario, Peye, conquistó Tebas. En torno al año 713 a.C., su
sucesor, Shabaka , se asentó en Menfis, iniciando la etapa de los denominados
faraones nubios (5), pero el enfrentamiento con los asirios que mantuvieron
los sucesores de Shabaka,(4) obligó a los nubios a retirarse de
nuevo a Napata, sin que el intento de reconquista de Tanutamani(6) consiguiera
consolidarse ante el empuje asirio.
Así pues, durante los últimos tiempos de gobierno
faraónico, el poder central, fragmentado y debilitado, perdió el dominio del
territorio y la posibilidad de explotación de las ricas minas de la zona, dando
lugar a toda una serie de monarquías independientes, entre las que se cuentan
Napata y Meroe, que imitaban en lo posible el aparato de poder faraónico que
habían ambicionado y, en el caso de los primeros, alcanzado durante un corto
espacio de tiempo. Los ptolomeos recobraron el dominio del territorio, al menos
en la Baja Nubia, reiniciando la explotación de las minas de Uadi Allaqi; esta
política de explotación hacía imprescindible el acuerdo con el reino
independiente de Meroe, cuya capital se hallaba entre la quinta y sexta
cataratas, a 120 km. de la actual Khartoum.
El Desierto Arábigo, más árido que el Líbico, limitaba
al este con el mar Rojo, importante vía de comunicación y transacciones
comerciales, sin embargo, su importancia radicaba en la riqueza de sus
yacimientos de piedra que, a lo largo de la historia de Egipto, se destinaron a
la edificación y decoración de templos y tumbas:
“Para el arte, disfrutaba Egipto de la enorme ventaja
sobre otros países, como Mesopotamia, donde la piedra era importada del
exterior, de poseer excelentes e inagotables canteras —caliza de Tura, granito
de Assuán, alabastro e infinidad de pórfidos y basaltos del Desierto Arábigo—
capaces de suministrar a los arquitectos y escultores bloques de una magnitud
que predisponía a la monumentalidad y al colosalismo”. (7)
El Desierto Líbico, menos árido que el Arábigo, gozaba
de algunos oasis, de entre los cuales, el más famoso fue, sin duda, el de Siwa,
donde Alejandro Magno acudió para consultar el oráculo de Amón (8) ;
aunque el mayor fue el oasis del Fayum, conectado con el Nilo, que alimentaba un
enorme lago, existían otros dos más al sur, Dakhla y Kharga, aproximadamente a
la altura de Tebas. Al norte, el Nilo vertía sus aguas en el Mediterráneo. El
mar fue para los egipcios un territorio inhóspito comparado con las apacibles y
fértiles aguas del Nilo. Solían denominarlo el Gran Verde, y era
concebido como una inmensa extensión de agua, agitada por mareas y tormentas. A
pesar de la actividad comercial, ya iniciada desde ciudades como Avaris o
Pi-Ramsés, no fue hasta época ptolemaica cuando Egipto se abrió al mar con una
auténtica ciudad portuaria y mercantil: Alejandría.
El aislamiento que proporcionaba la geografía
al valle del Nilo, propició un sentimiento de seguridad, de auténtico vergel, de
tierra sagrada a los egipcios que, en cierto sentido, les llevó a un cierto
distanciamiento del extranjero y a un orgulloso nacionalismo que casi podríamos
calificar de egocentrismo. Pero esta afirmación no hace referencia tanto a un
sentimiento comunitario como puramente subjetivo e individual, ya que, con
respecto a las relaciones con otros territorios, está históricamente documentada
la gran actividad comercial y bélica que Egipto desarrolló en el extranjero; sin
embargo, la mentalidad del egipcio antiguo se hallaba firmemente anclada en su
tierra natal y, a pesar de que muchos de ellos abandonaron Egipto por motivos
económicos o políticos, su mayor anhelo fue siempre regresar y morir en la
Tierra Negra.
La literatura egipcia nos ha legado múltiples
ejemplos de este profundo amor del egipcio por su país, muy influido por las
creencias religiosas y escatológicas, aunque probablemente, ha sido el autor de
la Historia de Sinuhé el que, con mayor profundidad, plasmó esta pasión:
“¡Oh dios, quienquiera que seas, que me
predestinaste para aquella huída, ten misericordia y llévame de regreso a
palacio! ¡Concédeme que pueda volver a contemplar el lugar donde está mi
corazón! ¡Qué mayor gozo que el de poder reposar en Egipto, la tierra en que
nací! ¡Auxíliame! Se ha producido un evento feliz: el dios me ha otorgado su
gracia. ¡Quizá me prepare un buen fin, aunque le haya ofendido! ¡Que el dios se
apiade de aquel que se vio forzado a morar en tierra extranjera! Si el dios está
aplacado, que escuche la plegaria de un exiliado y que devuelva esta mano que me
ha hecho llevar una vida errante al lugar de donde la sacó” .
9
1“Ya entre los romanos, la expresión de ‘caput Nili quaerere’
(buscar el nacimiento del Nilo) era sinónimo de empeñarse en conseguir algo
imposible. Hoy se sabe ya que este río, de 6.397 kilómetros de longitud y 800
metros de anchura media, tiene su fuente nutricia en los altos de Uganda, en la
modesta corriente del Kasumo-Kagera, que, con un recorrido de 850 kilómetros,
extrae sus aguas de las proximidades del lago Kiwu, sito en el África
ecuatorial, en la región de los grandes lagos”. GONZÁLEZ SERRANO, P. (2000)
Historia Universal del Arte. Prehistoria y Primeras Civilizaciones. Barcelona.
Pág. 111.
2Cronología según V.V.A.A. (1999). The Treasures of
the Egyptian Museum. El CairoSheshonq I es el fundador de la XXII Dinastía
(945 – 718 a.C.) y reinó entre los años 945 y 924 a.C.
3 Cronología según V.V.A.A. (1999). The Treasures of
the Egyptian Museum. El Cairo.
4Shabaka (Shabaqo) fue faraón de la XXV Dinastía (775 –
653 a.C.), entre los años 713 y 698 a.C. Cronología según V.V.A.A. (1999). The
Treasures of the Egyptian Museum. El Cairo.
5 La etapa de las denominadas dinastías libias y nubias
comprende de la XXII (945 – 718 a.C.) a la XXV (775 – 653 a.C.). Cronología
según V.V.A.A. (1999). The Treasures of the Egyptian Museum. El Cairo.
6Último faraón de la XXV Dinastía (775 – 653 a.C.), que
reinó del 664 al 653 a.C. Cronología según V.V.A.A. (1999). The Treasures of the
Egyptian Museum. El Cairo.
7 BLANCO FREIJEIRO, A. (1989). Historia del Arte. El
Arte Egipcio (I). Madrid. Pág. 7.
8 Dios solar, demiurgo de la cosmogonía tebana, cuyo
nombre significaba lo escondido o lo desconocido. Su clero cobró una especial
importancia a partir de la XI Dinastía, y tuvo gran influencia ya en el Reino
Nuevo. Su carácter de dios solar, propició su identificación con Ra (Amón-Ra).
Al lado de Mut y Khonsu, su esposa e hijo respectivamente, solía ser
representada como una figura antropomorfa, aunque su iconografía habitual lo
presenta con cabeza de carnero.
9 La Historia de Sinuhé, más tarde reinterpretada y
novelada por Mika Waltari, ha llegado hasta nosotros en multitud de copias, lo
que hace pensar que, dada la alta calidad literaria del relato, pueda haber sido
utilizado como texto para aprendizaje de la lengua. Las fuentes principales son
dos papiros, de la XII y XIII dinastía respectivamente, conservados en Berlín,
en los que se narra la huida de Sinuhé de su patria, por motivos políticos, y su
feliz regreso. Dicha huida, propiciada por la muerte de Amenenhet I, le lleva a
vivir con una tribu de beduinos, entre los que logra poder y fortuna. A pesar de
su estabilidad económica e, incluso, familiar, su único anhelo es regresar a
Egipto, sueño que se ve felizmente realizado gracias a la intervención del nuevo
faraón Sesostris
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