Desde su redescubrimiento en el siglo pasado, gracias a la  campaña de Napoleón, Egipto ha ejercido una poderosa  fascinación sobre las mentes occidentales. Sin embargo, esto  no es nuevo, ya en la Antigüedad los filósofos griegos y  latinos peregrinaban a la tierra del Nilo en busca de su  ciencia y sus misterios. Los más grandes sabios del mundo  clásico bebieron su ciencia en las Escuelas de Sabiduría del  antiguo Egipto, y muchos de ellos fueron iniciados a los más  recónditos misterios de la Magia en sus templos y escuelas  iniciáticas, pero como muy bien señala el egiptólogo  François Daumas: 
«No se trata de la magia en el sentido  peyorativo que le concebimos hoy en día, sino que designa el  conjunto de fuerzas necesarias para proteger la vida y  acrecentarla».  
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       Dicha Magia o «Magna Ciencia», que ellos supieron  representar magistralmente bajo el símbolo de la Diosa Isis,  constituía para los antiguos egipcios la «Ciencia divina del  Ser» o «Sabiduría espiritual» que atesoraba el arcano  conocimiento de aquellos principios y leyes fundamentales  que rigen la Vida en todas sus formas y manifestaciones, la «Sabiduría de las Esencias» que llamaría más tarde el  filósofo Platón en sus Diálogos. A este respecto, el  mismo Plutarco,  que fue iniciado a los Misterios de Isis en Egipto, nos  dice:  
«El nombre mismo que recibe el templo de la Diosa  da clara indicación de que es amparo del conocimiento y de  la Ciencia del Ser que es. Este templo lleva el nombre de 'Iseión',  es decir, la casa donde podemos adquirir la Ciencia del Ser,  si pasamos piadosamente y con devoción los portales de los  santuarios consagrados a Isis» (Plutarco).  
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       A parte de  Plutarco, sabemos que Solón, que estaba considerado como uno  de los siete sabios de Grecia, fue instruido en la escuela  de Sabiduría de Sais; Pitágoras y muy posiblemente Platón,  en la de Heliópolis; el astrónomo y matemático Eudoxio de  Cnidos, que fue el introductor de la astrología en Grecia,  fue iniciado a dicha ciencia sagrada en la escuela de Memfis,  y además de ellos también sabemos que Tales, Anaxágoras,  Hiparco, Eratóstenes, Amonio Saccas, Plotino, Hipatia, Teón  de Alejandría, Porfirio, Jámblico, Diodoro de Sicilia,  Hecateo de Mileto, Hesíodo, Estrabón, Píndaro y Apolonio de  Tiana, entre muchos otros, bebieron de las inagotables  fuentes de la Sabiduría del Nilo.
  La instrucción de esta Ciencia sagrada tenía  lugar en las Casas de la Vida, llamadas «Per-Anj» en el antiguo Egipto,  instituciones sagradas cuyo prestigioso origen se remonta  hasta la época protodinástica. Entre los diversos  testimonios arqueológicos que lo confirman se halla una  vasija de piedra perteneciente al ajuar funerario del tercer  rey de la I Dinastía, en la que aparece ya inscrito con  claridad el nombre de «La Casa de la Sede de la Vida». Pero además son muchas las evidencias que constatan  la existencia de estos centros de Iniciación y enseñanza desde los  mismos orígenes de la historia egipcia. 
        Las Casas de la Vida, como muy bien explica Elisa Castel, eran verdaderos  centros del saber, algo similar a lo que hoy entendemos por  universidad. Por otro lado, tal y como hemos podido  comprobar a través de autores como Plutarco 
«No sólo los  documentos egipcios nos informan de la existencia de estos  centros, sino que estas instituciones de renombre universal  en el mundo antiguo, fueron recogidas a través de viajeros  grecorromanos, que las mencionaron como focos de  conocimiento por excelencia, donde se encontraban los  hombres más sabios, ávidos por cultivarse, y más religiosos  del país». 
       Su acceso, como en todo  colegio iniciático del mundo  antiguo, era evidentemente restringido y selectivo.  Reservado tan sólo a aquellos amantes de la Sabiduría,  ávidos de aprender, que estaban dispuestos a comprometerse  solemnemente con la hermandad de Iniciados, jurando emplear  su ciencia exclusivamente para el bien común, es decir, al  servicio de Maat, y a no utilizarla jamás en beneficio  propio, como bien refleja el solemne Juramento Hipocrático,  que hasta hace poco realizaban obligatoriamente todos los  médicos y cuyo origen podemos remontarlo hasta el antiguo  Egipto, que fue cuna de la medicina griega. 
    Las Casas de la Vida más importantes fueron las de Heliópolis, Sais, Memfis,  Hermópolis, junto con las de Abydos y Tebas en el Imperio  Nuevo. Estos colegios iniciáticos constituían verdaderos  templos de la Sabiduría, pues en el pensamiento egipcio no  existe una separación entre «lo científico» y «lo  religioso», de tal forma que ciencia, teología y filosofía  se unifican en una misma Ciencia espiritual o Sabiduría cuya  finalidad no sólo era estudiar y comprender el Universo,  sino que dichos conocimientos sirviesen al hombre para vivir  en armonía con las leyes naturales, orientando su vida en  este mundo de acuerdo con el orden cósmico de la existencia,  al que ellos llamaban Maat. 
 
      En este sentido, estamos  totalmente de acuerdo con el egiptólogo Barry J. Kemp,  cuando afirma que «Los antiguos egipcios se  interesaron enormemente por el concepto de un universo entendido como el  equilibrio entre dos fuerzas contrarias: la una encaminada  al orden y la otra al desorden». Y es precisamente por  eso que «Para los egipcios, la sociedad ideal en la  tierra era el reflejo fundamental de un orden divino».  
       La idea de un orden universal subyacente, que prevaleciendo  sobre las fuerzas del caos, hace posible la manifestación y  renovación de la vida en todos los ámbitos de la Naturaleza,  está magistralmente expresada en el pensamiento egipcio a  través de Maat, que es a la vez una diosa, un símbolo y un  concepto, pues como muy bien señala Hornungal hablar de «la multiplicidad de enfoques» propia de  la mentalidad egipcia, el pensamiento simbólico es capaz de  abarcar varios significados en un mismo símbolo o concepto,  significados que no sólo no se contradicen, sino que son  perfectamente complementarios. En suma podríamos definir a  Maat como el Orden natural que dimana de las leyes cósmicas,  pero en verdad Maat es mucho más que todo eso, Maat es la  causa eficiente de toda ley, de todo orden, de toda belleza,  proporción y armonía en el universo. Una armonía que no  viene impuesta desde afuera, sino que es intrínseca a la  esencia íntima de todos los seres existentes. Es por ello  que para los antiguos egipcios, Maat era la condición óptima  que podían alcanzar todos los seres, la realización  definitiva de la propia Naturaleza y del propio destino,  pues «cumplir el Maat» significa hallarse en armonía con uno  mismo y con el Universo. Una Armonía Cósmica que ellos  anhelaban ver reflejada asimismo en la sociedad egipcia y en  la vida del individuo, por eso Maat era también la «Regla de  conducta» a seguir por el hombre. Esto nos permite  comprender de una forma mucho más clara el pensamiento  egipcio y su alto concepto de «Sabiduría espiritual» si  tenemos en cuenta, como muy bien ha explicado H. Frankfort  que «Al contemplar el Universo no como materia muerta  sino como materia plena de vida, la propia existencia del  hombre confiere significado a los fenómenos cósmicos y  adquiere a su vez una nueva dimensión, posibilitando así una  correspondencia entre la vida humana y la Vida natural como  fuente inagotable de fuerza. La vida del hombre, tanto la  individual como la social, estaba integrada en la vida de la  Naturaleza y la experiencia de esta armonía fue interpretada  como el mayor bien al que el hombre puede aspirar»