miércoles, 1 de febrero de 2012

Akhenaton, el Faraon romantico

La llamada Revolución Amárnica que intentó llevar a cabo el Faraón Akhenaton, no sólo afectó a las esferas sociales y religiosas, sino también al arte y la estética del periodo. Antes de entrar a analizar este aspecto, conviene recordar un aspecto que ya fue tratado en la primera parte, y es el marcado conservadurismo que mantuvo la Civilización Egipcia a lo largo de toda su historia. Esta particularidad se observa especialmente en el arte.
En las imágenes inferiores se muestra a tres Faraones, muy distantes cronológicamente:
A la izquierda Zóser o Djóser de la IV Dinastía, en el Imperio Antiguo , en el centro Mentuhotep II de la XI Dinastía, en el Imperio Medio y a la derecha el famoso Ramsés II de la XIX Dinastía, también llámada de los Ramésidas por el gran número de faraones con el nombre de Ramsés que tuvo, del Imperio Nuevo. Lo primero que debemos tener en cuenta es que hay casi 1500 años de diferencia entre la primera y la tercera escultura, mas o menos 200 años más de lo que perduró Roma, o sea, bastante tiempo. A pesar de ello, los atributos que portan los personajes y sobre todo la forma de retratarlos es similar: marcada frontalidad, hieratismo (quietud), casi siempre en postura sedente (sentados, normalmente sobre un trono) y una mirada inquietante para provocar respeto entre sus súbditos o sus enémigos.
En la Escuela Amárnica se da un giro en la concepción de lo que debe ser un retrato real. A partir de ahora se buscará una humanización del personaje frente a la anterior divinización. Recordemos que el propio Akhenaton se definió a si mismo como “solamente” un rey, no un dios, como los anteriores Faraones.
En la imagen de la izquierda se muestra al Faraón con unos rasgos faciales muy particulares, tal y como era él, aunque eso sí, conserva los atributos reales comunes como por ejemplo el keperés, que era el casco de guerra o la barba osiríaca. Es un retrato realista en el que se puede reconocer al faraón y recordemos que anteriormente, se buscaba un idealismo claro, en el que poco importaba lo fiel que fuera la imagen. La que se muestra procede del templo de Karnak y se conserva en el Museo de El Cairo. Analizando detenidamente el retrato, llegamos a una conclusión muy clara, y es que si es fiel, algo demostrado, el Faraón Akhenaton era un señor muy feo.
A la derecha se muestra la misma escultura pero completa. Desde otra perspectiva podemos observar el rostro afilado, con labios, pómulos y órbita ocular muy marcados, pero además se hace evidente otro aspecto impensable años atrás, y es el vientre. Akhenaton tiene lo que actualmente podríamos denominar “tripita cervecera”, algo muy distinto a lo mostrado en cuerpos faraónicos anteriores, musculados e imponentes.
En la capital, Amarna, se encontró el taller de un escultor llamado Tutmés, en el que se conservaban 24 retratos en los que, si bien no todos portaban exageraciones faciales, si que algunos rasgos naturales como las arrugas o el contorno de labios son comunes a todos ellos.
¿Herejía? ¿Revolución? Existen interpretaciones y lecturas para todos los gustos. Lo que queda claro, es que el reinado de Akhenaton fue un periodo distinto, con un gobernante que ha pasado a la Historia por su peculiaridad y por el valor (o locura) de imponer un régimen completamente antagónico al practicado por los anteriores Reyes egipcios…
Puede haber quien piense que ésta Revolución pudo ser nefasta para el Egipto faraónico de haberla continuado su sucesores, quien piense que pudo romper la elegante y majestuosa estética existente o que Akhenaton fue un soñador, un romántico sin futuro…
…pero sin esa “Herejía”, muy probablemente, por no decir con toda seguridad, no podríamos mirar a la mujer, para mí, mas bella de la Historia…

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