miércoles, 1 de febrero de 2012

Introduccion al Arte Egipcio

El arte egipcio fue la manifestación de un pueblo profundamente condicionado por el entorno geográfico y climático; este condicionamiento no debe interpretarse, sin embargo, como un determinismo histórico absoluto, ya que hay que tener en cuenta la aportación humana, así como otros aspectos, tanto políticos como económicos o religiosos, que influyeron en la concepción artística egipcia. Sin embargo, para comprender y examinar las obras que nos ha legado el antiguo Egipto, es preciso analizar primero la peculiar geografía del país. Figura 1.
En palabras de Heródoto, “Egipto es un don del Nilo” (Heród., Hist. II, 5.), frase que suele introducir gran parte de los estudios históricos acerca de la civilización egipcia, ya que, indudablemente, sin el caudal de este río, el desierto habría anulado la posibilidad de un asentamiento humano estable en la zona. El territorio habitable se limitaba a una estrecha franja de tierra a ambos márgenes del Nilo, que integraba, aproximadamente, un 4% de la superficie total del país. En torno al río se extendía el desierto, al oeste el Líbico, y al este el Arábigo; al sur, hacia donde se perdían las misteriosas y anheladas fuentes del Nilo
1, el territorio de Egipto limitaba con Nubia.

Esta región se iniciaba en la Segunda Catarata (actual Sudán) y de ella importaron los egipcios productos exóticos como marfil o incienso, así como también oro procedente de las minas ubicadas en la Baja Nubia y, más al sur, en el Kush.
La zona de Nubia, tradicionalmente dominada y explotada por el Egipto faraónico, conoció un momento de esplendor en torno al siglo I a.C. Independiente desde tiempos de la XXI Dinastía (1075 - 945 a.C.) , Nubia mantuvo relaciones comerciales con Egipto durante el reinado Sheshonq I . Posteriormente, la desmembración de lo que fue el territorio egipcio se tradujo en una fragmentación del poder; al mismo tiempo, se consolidaba un reino nubio en Napata, cuyo mandatario, Peye, conquistó Tebas. En torno al año 713 a.C., su sucesor, Shabaka , se asentó en Menfis, iniciando la etapa de los denominados faraones nubios (5), pero el enfrentamiento con los asirios que mantuvieron los sucesores de Shabaka,(4) obligó a los nubios a retirarse de nuevo a Napata, sin que el intento de reconquista de Tanutamani(6) consiguiera consolidarse ante el empuje asirio.
Así pues, durante los últimos tiempos de gobierno faraónico, el poder central, fragmentado y debilitado, perdió el dominio del territorio y la posibilidad de explotación de las ricas minas de la zona, dando lugar a toda una serie de monarquías independientes, entre las que se cuentan Napata y Meroe, que imitaban en lo posible el aparato de poder faraónico que habían ambicionado y, en el caso de los primeros, alcanzado durante un corto espacio de tiempo. Los ptolomeos recobraron el dominio del territorio, al menos en la Baja Nubia, reiniciando la explotación de las minas de Uadi Allaqi; esta política de explotación hacía imprescindible el acuerdo con el reino independiente de Meroe, cuya capital se hallaba entre la quinta y sexta cataratas, a 120 km. de la actual Khartoum.
El Desierto Arábigo, más árido que el Líbico, limitaba al este con el mar Rojo, importante vía de comunicación y transacciones comerciales, sin embargo, su importancia radicaba en la riqueza de sus yacimientos de piedra que, a lo largo de la historia de Egipto, se destinaron a la edificación y decoración de templos y tumbas:
“Para el arte, disfrutaba Egipto de la enorme ventaja sobre otros países, como Mesopotamia, donde la piedra era importada del exterior, de poseer excelentes e inagotables canteras —caliza de Tura, granito de Assuán, alabastro e infinidad de pórfidos y basaltos del Desierto Arábigo— capaces de suministrar a los arquitectos y escultores bloques de una magnitud que predisponía a la monumentalidad y al colosalismo”. (7)
El Desierto Líbico, menos árido que el Arábigo, gozaba de algunos oasis, de entre los cuales, el más famoso fue, sin duda, el de Siwa, donde Alejandro Magno acudió para consultar el oráculo de Amón (8) ; aunque el mayor fue el oasis del Fayum, conectado con el Nilo, que alimentaba un enorme lago, existían otros dos más al sur, Dakhla y Kharga, aproximadamente a la altura de Tebas. Al norte, el Nilo vertía sus aguas en el Mediterráneo. El mar fue para los egipcios un territorio inhóspito comparado con las apacibles y fértiles aguas del Nilo. Solían denominarlo el Gran Verde, y era concebido como una inmensa extensión de agua, agitada por mareas y tormentas. A pesar de la actividad comercial, ya iniciada desde ciudades como Avaris o Pi-Ramsés, no fue hasta época ptolemaica cuando Egipto se abrió al mar con una auténtica ciudad portuaria y mercantil: Alejandría.

El aislamiento que proporcionaba la geografía al valle del Nilo, propició un sentimiento de seguridad, de auténtico vergel, de tierra sagrada a los egipcios que, en cierto sentido, les llevó a un cierto distanciamiento del extranjero y a un orgulloso nacionalismo que casi podríamos calificar de egocentrismo. Pero esta afirmación no hace referencia tanto a un sentimiento comunitario como puramente subjetivo e individual, ya que, con respecto a las relaciones con otros territorios, está históricamente documentada la gran actividad comercial y bélica que Egipto desarrolló en el extranjero; sin embargo, la mentalidad del egipcio antiguo se hallaba firmemente anclada en su tierra natal y, a pesar de que muchos de ellos abandonaron Egipto por motivos económicos o políticos, su mayor anhelo fue siempre regresar y morir en la Tierra Negra.
La literatura egipcia nos ha legado múltiples ejemplos de este profundo amor del egipcio por su país, muy influido por las creencias religiosas y escatológicas, aunque probablemente, ha sido el autor de la Historia de Sinuhé el que, con mayor profundidad, plasmó esta pasión:
“¡Oh dios, quienquiera que seas, que me predestinaste para aquella huída, ten misericordia y llévame de regreso a palacio! ¡Concédeme que pueda volver a contemplar el lugar donde está mi corazón! ¡Qué mayor gozo que el de poder reposar en Egipto, la tierra en que nací! ¡Auxíliame! Se ha producido un evento feliz: el dios me ha otorgado su gracia. ¡Quizá me prepare un buen fin, aunque le haya ofendido! ¡Que el dios se apiade de aquel que se vio forzado a morar en tierra extranjera! Si el dios está aplacado, que escuche la plegaria de un exiliado y que devuelva esta mano que me ha hecho llevar una vida errante al lugar de donde la sacó” . 9

1“Ya entre los romanos, la expresión de ‘caput Nili quaerere’ (buscar el nacimiento del Nilo) era sinónimo de empeñarse en conseguir algo imposible. Hoy se sabe ya que este río, de 6.397 kilómetros de longitud y 800 metros de anchura media, tiene su fuente nutricia en los altos de Uganda, en la modesta corriente del Kasumo-Kagera, que, con un recorrido de 850 kilómetros, extrae sus aguas de las proximidades del lago Kiwu, sito en el África ecuatorial, en la región de los grandes lagos”. GONZÁLEZ SERRANO, P. (2000) Historia Universal del Arte. Prehistoria y Primeras Civilizaciones. Barcelona. Pág. 111.
2Cronología según V.V.A.A. (1999). The Treasures of the Egyptian Museum. El CairoSheshonq I es el fundador de la XXII Dinastía (945 – 718 a.C.) y reinó entre los años 945 y 924 a.C.
3 Cronología según V.V.A.A. (1999). The Treasures of the Egyptian Museum. El Cairo.
4Shabaka (Shabaqo) fue faraón de la XXV Dinastía (775 – 653 a.C.), entre los años 713 y 698 a.C. Cronología según V.V.A.A. (1999). The Treasures of the Egyptian Museum. El Cairo.
5 La etapa de las denominadas dinastías libias y nubias comprende de la XXII (945 – 718 a.C.) a la XXV (775 – 653 a.C.). Cronología según V.V.A.A. (1999). The Treasures of the Egyptian Museum. El Cairo.
6Último faraón de la XXV Dinastía (775 – 653 a.C.), que reinó del 664 al 653 a.C. Cronología según V.V.A.A. (1999). The Treasures of the Egyptian Museum. El Cairo.
7 BLANCO FREIJEIRO, A. (1989). Historia del Arte. El Arte Egipcio (I). Madrid. Pág. 7.
8 Dios solar, demiurgo de la cosmogonía tebana, cuyo nombre significaba lo escondido o lo desconocido. Su clero cobró una especial importancia a partir de la XI Dinastía, y tuvo gran influencia ya en el Reino Nuevo. Su carácter de dios solar, propició su identificación con Ra (Amón-Ra). Al lado de Mut y Khonsu, su esposa e hijo respectivamente, solía ser representada como una figura antropomorfa, aunque su iconografía habitual lo presenta con cabeza de carnero.
9 La Historia de Sinuhé, más tarde reinterpretada y novelada por Mika Waltari, ha llegado hasta nosotros en multitud de copias, lo que hace pensar que, dada la alta calidad literaria del relato, pueda haber sido utilizado como texto para aprendizaje de la lengua. Las fuentes principales son dos papiros, de la XII y XIII dinastía respectivamente, conservados en Berlín, en los que se narra la huida de Sinuhé de su patria, por motivos políticos, y su feliz regreso. Dicha huida, propiciada por la muerte de Amenenhet I, le lleva a vivir con una tribu de beduinos, entre los que logra poder y fortuna. A pesar de su estabilidad económica e, incluso, familiar, su único anhelo es regresar a Egipto, sueño que se ve felizmente realizado gracias a la intervención del nuevo faraón Sesostris

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