Ramsés II fue uno de los más destacados
faraones de Egipto. Pero este longevo soberano, que reinó más de 60
años, no aspiraba únicamente al poder y a la gloria: quiso convertirse
él mismo en dios. Como tal se hizo representar en diversos templos(en
los de Abu Simbel, por ejemplo), y con este fin se declaró hijo de Amón,
la gran divinidad de Tebas, y del dios Ptah.
Considerado uno de los mayores soberanos
de Egipto, durante sus más de 60 años de reinado Ramsés II construyó
diversos templos en los que fue adorado como una divinidad. Aunque
descendiente de los dioses, el faraón no era un dios en vida. Sólo
accedía a la divinidad una vez difunto, cuando quedaba asimilado a
Osiris, el dios del Más Allá, y pasaba a recibir culto como una deidad
más del nutrido panteón egipcio. Ramsés II no quiso esperar a su muerte
para gozar de semejante privilegio, quiso emular a su predecesor,
Amenhotep III, y convertirse en un dios en la tierra. Para destacar su
condición divina, los faraones eran representados en las paredes de los
templos al mismo tamaño que los dioses, aunque en acto de servirles.
Durante el Imperio Nuevo, el padre divino del rey era el dios tebano
Amón, pero Ramsés II escogió dos padres divinos, Amón y Ptah, para
reforzar su divinidad en vida. Confirmada su paternidad divina, la
ambición de Ramsés II hizo que quisiera equipararse a los dioses del
panteón egipcio. Para ello, se dirigió a Nubia, donde pudo dar rienda
suelta a su idea de igualarse a los dioses, como manifiestan los templos
que construyó en la región: cinco en la orilla occidental del Nilo y
uno en la oriental. A medida que avanzaba su reinado Ramsés afianzó su
divinización en vida, tanto en Nubia (donde múltiples monumentos
atestiguan este hecho) como en el propio territorio egipcio. Sin ir más
lejos, Ramsés levantó en Karnak un templo llamado «Ramsés amado de Amón,
que escucha las plegarias», donde los fieles hacían sus peticiones al
faraón, como a cualquier otro dios. Fue, sin embargo, en Nubia, donde el
faraón manifestó con mayor fuerza su voluntad de mostrarse como un
dios. En el templo de Wadi es-Sebua se introduce directamente junto a
las representaciones de los dioses, identificado con Amón. No es un caso
único; más hacia el sur, en Derr, Ramsés erigió un templo al dios Re
Horakthy (el Horus del horizonte)… y a él mismo. Uno de los templos más
impresionantes de Egipto, y también uno de los más populares y visitados
es el de Abu Simbel, excavado en la roca como el cercano y más pequeño
santuario dedicado a la diosa Hathor y a Nefertari, esposa principal de
Ramsés. En el espacio más sagrado del gran templo de Abu Simbel, en el
santuario interior o sanctasanctórum, se encuentra un nicho donde
aparecen representadas las imágenes entronizadas de cuatro dioses: Ptah,
reconocible gracias a su casquete ajustado y la barba sin trenzar;
Amón, caracterizado con su tocado de dos altas plumas; Re Horakhty, con
rostro de halcón y el disco solar sobre su cabeza; y, entre ellos, y a
su mismo nivel, Ramsés II, con la corona ‘jepresh’. Así, el faraón
cumplió su objetivo, al aparecer entronizado al mismo nivel que otros
dioses.
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