domingo, 25 de noviembre de 2012

Las mujeres del antiguo Egipto

Los monumentos del Antiguo Egipto pueden darnos una falsa idea acerca del nivel social que tenían las mujeres en aquella civilización. Después de todo, con frecuencia las vemos presentadas con una minúscula figura postrada a los pies de colosales figuras masculinas. Sin embargo, los hechos históricos revelan que las mujeres disfrutaron de un elevado nivel social en el Antiguo Egipto. ¿Cómo podemos explicarnos esta aparente contradicción?

Podría sernos de ayuda recordar que, a lo largo de gran parte de la antigua historia egipcia, el faraón fue considerado un representante directo de Dios. Como tal, cualquiera escultura suya tenía que representarlo más grande que los demás mortales (más grande de como era en la vida real). Sin embargo, esa desigualdad mostrada en las esculturas entre un enorme faraón y una pequeña reina postrada a sus plantas fue la excepción, más bien que la regla.


Por ejemplo, el coloso del faraón Akhnaton que se exhibe en el Museo de El Cairo, no tiene a sus plantas una reina diminuta. En los relieves grabados en numerosos muros lo encontramos ligeramente más alto que su hermosa esposa, la reina Nefertiti.




Las estatuas egipcias más grandes son las de Ramsés II, que se encuentran en Abu Simbel; una de ellas muestra a una reina diminuta a sus pies. Sin embargo, en el cercano templo de la reina Nefertiti, vemos que la estatua que la representa es de igual tamaño que la de su esposo Ramsés II, y la diosa Hator. Asimismo, dos hermosas estatuas correspondientes al Antiguo Imperio (IV Dinastía), una del faraón Menkaure y la otra de la reina Khamerernebty II, los representa uno al lado del otro y exactamente del mismo tamaño.

De manera que, mientras el faraón era considerado un dios y se le representaba con una estatua apropiadamente grande, la reina, como "esposa de Dios", era representada del mismo tamaño. Una vez comprendida la idea del faraón igual-a-Dios, nunca más volverán a confundirnos las ocasionales desigualdades de las esculturas respecto al verdadero estatus social de las mujeres del Antiguo Egipto.




Las Faraonas

Investigaciones realizadas en la actualidad revelan que Egipto tuvo por lo menos cinco faraonas, y posiblemente seis. Son muy raras las estatuas y las crónicas de estas faraonas, a excepción de Hatshepsut. Pero como durante su reinado nunca se casó, no existe una enorme estatua de ella con un pequeño esposo postrado a sus plantas.


Una de las dos faraonas del Antiguo Imperio fue Nitokerty. Ella reinó alrededor del año 2180 a. de C., al final de la VI Dinastía. Las crónicas revelan que, hasta la época cuando los romanos tomaron el poder de Egipto, aún se consideraba a esta mujer la más valiente y bella de su tiempo.


La famosa Cleopatra VII, descendiente de los faraones ptolemaicos griegos, reinó antes y después de la época cuando los romanos conquistaron a Egipto. En esta última época de la historia egipcia ya no estaba en boga construir enormes estatuas de los faraones. Sólo nos queda especular si, en ese conflicto entre las culturas romana y egipcia, Julio César o Marco Antonio hubieran aceptado que sus estatuas, cuya altura no habría llegado a las rodillas, fuesen colocadas a los pies de Cleopatra. Esto es, por supuesto, en el caso de que Cleopatra se hubiera sometido a los romanos.




“Hija de Dios”

Es importante recordar que, desde la I Dinastía (hace alrededor de 5000 años), la línea de descendencia real fue mantenida en Egipto a través de las mujeres. Una princesa de sangre real era considerada "Hija de Dios". Un hombre de menor alcurnia que aspirara al trono debía contraer matrimonio con una princesa real. Se consideraba que la descendiente real era de linaje divino. La idea de este linaje era muy extraña.


Los faraones casados con alguien no perteneciente al linaje real, se veían obligados a contraer matrimonio más tarde con una de sus propias hijas (princesas). Al parecer, esto ayudaba a asegurar la característica divina de su puesto como faraones. Es probable que el matrimonio sólo fuera un formalismo que no implicaba incesto. De alguna manera, la ceremonia matrimonial ayudaba al faraón a mantener las apariencias de una relación hombre-esposa con las descendientes directas de la casta real.




Se ha planteado una explicación más realista para tales matrimonios entre los descendientes directos de la realeza, según la cual de esta manera se podía evitar la constante usurpación del trono.

Por complicado que pueda parecernos el linaje faraónico en el Antiguo Egipto, el hecho de que existiesen faraonas dice mucho en favor de la posición que ocupaban las mujeres en aquel país. Después de todo, en los Estados Unidos, donde los ciudadanos se enorgullecen tanto de su igualdad en el campo de los derechos humanos, todavía no han elegido una presidenta. Pero los Estados Unidos sólo tienen 211 años de edad, lo que les hace parecer un bebé al lado de Egipto, que cuenta con 5000 años como nación.


Sin embargo, no debemos exagerar el caso de la igualdad de los sexos en el puesto de faraón. Aunque el Antiguo Egipto tuvo varias faraonas, debemos admitir que su posición estuvo orientada en forma masculina, porque por admirables que hayan sido la mayor parte de ellas, sólo gobernaron en calidad de faraones interinos. Con frecuencia sólo sucedían a sus esposos, o reinaban mientras un joven hermano o un hijo era preparado para ocupar el cargo.



Igual salario por el mismo trabajo

Una vez desenredados los embrollos de las relaciones reales masculino/femeninas, vemos que la escala de igualdad entre los sexos se equilibra más. La mayor parte de las estatuas de personajes no pertenecientes a la realeza, muestran tanto a hombres como a mujeres (nobles o plebeyos) de igual tamaño. Herodoto, historiador griego llamado "padre de la historia", quien viajo a Egipto a mediados del siglo V a. de C., se sorprendió al ver la libertad que disfrutaban las mujeres egipcias. El escribió:


"Por las costumbres de los egipcios, tal parece que han invertido las prácticas
comunes de la humanidad. Por ejemplo, las mujeres acuden al mercado y son empleadas
en el comercio, en tanto que los hombres permanecen en el hogar dedicados a tejer".

En aquellos tiempos las mujeres griegas permanecían totalmente recluidas en el hogar. Por otra parte, las mujeres egipcias se habían dedicado al comercio desde 2000 años antes de Herodoto. Además, y de igual importancia, los hombres y las mujeres de Egipto recibían igual remuneración en proporción al trabajo que realizaban.

En el antiguo Egipto era común que hubiese mujeres supervisoras en el comercio y en la industria. Es un hecho establecido que por lo menos una mujer egipcia fue juez y visir. En lo que respecta a la religión, en el Antiguo Imperio muchas mujeres sirvieron como sacerdotisas. Además, una mujer podía fungir como sumo sacerdote. Tanto los sacerdotes masculinos como femeninos recibían igual salario. Una crónica revela que una mujer poseyó el titulo de "Jefe de las Médicas".




Antigua igualdad cristiana

Aún antes y después de la era cristiana, Egipto se diferenció de Roma, Grecia, Galia, Asia Menor y Africa provincial, por su actitud con respecto al lugar que ocupaban las mujeres dentro de la cristiandad. Clemente de Alejandría, uno de los primeros padres de la cristiandad egipcia (y probablemente un gnóstico iniciado) escribió, alrededor del año 180 d. C.:


"Tanto hombres como mujeres comparten por igual la perfección, y son aptos para recibir la misma instrucción y la misma disciplina. Porque el nombre humanidad es común tanto a hombres como mujeres; y, para nosotros, en Cristo no existe masculino ni femenino".

Comparen esos conceptos con las palabras de Tertuliano, el apologista cristiano contemporáneo de Clemente, cuyos puntos de vista reflejaron los de la mayoría de los cristianos ortodoxos. En una diatriba contra los gnósticos cristianos, exclamó:

"Esas mujeres heréticas, ¡cuán audaces son! ¡No tienen modestia; son lo bastante atrevidas como para dedicarse a enseñar, para meterse en argumentos, para realizar exorcismos, para efectuar curaciones y, quizás, hasta osarían bautizar!"

En otro ataque contra una maestra que se atrevió a dirigir una congregación, Tertuliano declaró que estaba de acuerdo con los "preceptos de la disciplina eclesiástica concerniente a las mujeres", preceptos que eran, por ejemplo, "no permitirles hablar dentro de la iglesia, así como tampoco enseñar, ni bautizar, ni ofrecer (la eucaristía), ni participar en ninguna función masculina (por no decir nada de algún oficio sacerdotal)". Lamentablemente, la actitud de Tertuliano hacia la dominación masculina todavía prevalece en la mayor parte de la cristiandad, así como también en el judaísmo y en el islamismo.

Los antiguos puntos de vista de Clemente de Alejandría sobre los gnósticos cristianos egipcios, todavía pueden ser un faro de luz en la igualdad de los derechos sacerdotales para las mujeres.




Equidad conforme a la Ley

De manera que el Antiguo Egipto no sólo fue un líder en permitir que las mujeres ocuparan los más altos cargos nacionales, sino que también les dio supremacía en el campo de la religión y en los lugares de trabajo. En su excelente libro, The Remarkable Women of Ancient Egipt (Mujeres extraordinarias del Antiguo Egipto), Bárbara S. Lesko escribe:


“Hace cuatro mil años, las mujeres del Valle del Nilo disfrutaron de más privilegios y derechos legales de los que se concede a las mujeres en la mayoría de las naciones del mundo moderno. Igual remuneración por igual trabajo es el grito que se escucha ahora, pero parece que esto fue la norma en Egipto desde hace miles de años.”

Repetimos, no nos dejemos engañar por las estatuas de enormes faraones con minúsculas reinas a sus plantas, ya que representan simplemente al faraón, sea hombre o mujer, como una personificación de Dios. Aparte de esta supuesta paradoja, el Antiguo Egipto fue líder en la igualdad de derechos para hombres y mujeres. El talento y la habilidad, no el sexo, fue la clave principal para el empleo y el salario. Quizás la señora Lesko resuma mejor esto en sus palabras:

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