viernes, 2 de noviembre de 2012

Ramsés II, el faraón dios

Ramsés II fue uno de los más destacados faraones de Egipto. Pero este longevo soberano, que reinó más de 60 años, no aspiraba únicamente al poder y a la gloria: quiso convertirse él mismo en dios. Como tal se hizo representar en diversos templos(en los de Abu Simbel, por ejemplo), y con este fin se declaró hijo de Amón, la gran divinidad de Tebas, y del dios Ptah.

Considerado uno de los mayores soberanos de Egipto, durante sus más de 60 años de reinado Ramsés II construyó diversos templos en los que fue adorado como una divinidad. Aunque descendiente de los dioses, el faraón no era un dios en vida. Sólo accedía a la divinidad una vez difunto, cuando quedaba asimilado a Osiris, el dios del Más Allá, y pasaba a recibir culto como una deidad más del nutrido panteón egipcio. Ramsés II no quiso esperar a su muerte para gozar de semejante privilegio, quiso emular a su predecesor, Amenhotep III, y convertirse en un dios en la tierra. Para destacar su condición divina, los faraones eran representados en las paredes de los templos al mismo tamaño que los dioses, aunque en acto de servirles. Durante el Imperio Nuevo, el padre divino del rey era el dios tebano Amón, pero Ramsés II escogió dos padres divinos, Amón y Ptah, para reforzar su divinidad en vida. Confirmada su paternidad divina, la ambición de Ramsés II hizo que quisiera equipararse a los dioses del panteón egipcio. Para ello, se dirigió a Nubia, donde pudo dar rienda suelta a su idea de igualarse a los dioses, como manifiestan los templos que construyó en la región: cinco en la orilla occidental del Nilo y uno en la oriental. A medida que avanzaba su reinado Ramsés afianzó su divinización en vida, tanto en Nubia (donde múltiples monumentos atestiguan este hecho) como en el propio territorio egipcio. Sin ir más lejos, Ramsés levantó en Karnak un templo llamado «Ramsés amado de Amón, que escucha las plegarias», donde los fieles hacían sus peticiones al faraón, como a cualquier otro dios. Fue, sin embargo, en Nubia, donde el faraón manifestó con mayor fuerza su voluntad de mostrarse como un dios. En el templo de Wadi es-Sebua se introduce directamente junto a las representaciones de los dioses, identificado con Amón. No es un caso único; más hacia el sur, en Derr, Ramsés erigió un templo al dios Re Horakthy (el Horus del horizonte)… y a él mismo. Uno de los templos más impresionantes de Egipto, y también uno de los más populares y visitados es el de Abu Simbel, excavado en la roca como el cercano y más pequeño santuario dedicado a la diosa Hathor y a Nefertari, esposa principal de Ramsés. En el espacio más sagrado del gran templo de Abu Simbel, en el santuario interior o sanctasanctórum, se encuentra un nicho donde aparecen representadas las imágenes entronizadas de cuatro dioses: Ptah, reconocible gracias a su casquete ajustado y la barba sin trenzar; Amón, caracterizado con su tocado de dos altas plumas; Re Horakhty, con rostro de halcón y el disco solar sobre su cabeza; y, entre ellos, y a su mismo nivel, Ramsés II, con la corona ‘jepresh’. Así, el faraón cumplió su objetivo, al aparecer entronizado al mismo nivel que otros dioses.

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