viernes, 2 de noviembre de 2012

Los templos de los faraones griegos

A la muerte de Alejandro Magno, su general Ptolomeo se adueñó de Egipto. Él y sus sucesores fueron proclamados faraones y rindieron culto a los antiguos dioses, aunque quizá no creyeran en ellos...

En el año 332 a.C., la tres veces milenaria civilización egipcia cayó en la órbita del imperio de Alejandro Magno. Uno de los generales sucesores («diádocos») entre los que se dividió el imperio a la muerte de Alejandro fue Ptolomeo, hijo de Lagis, quien se hizo con el trono de Egipto, fundando la dinastía ptolemaica o lágida que reinaría en el país hasta Cleopatra, la amante de Antonio y Julio César. Los Ptolomeos eran griegos que nunca se dignaron aprender la lengua del país y que recrearon en Egipto el modo de vida helénico al que estaban acostumbrados, empezando por el ámbito de la cultura; Alejandría, en torno a su célebre biblioteca, se convirtió en el principal foco de la cultura griega en el Mediterráneo. Aun así, la nueva administración no quiso liquidar las tradiciones egipcias; más bien al contrario, les dio un nuevo impulso, en un intento de atraerse a los grupos indígenas influyentes. Pero el aparente resurgir de la cultura egipcia, con la que por otra parte los griegos tenían desde antiguo numerosas deudas, resultó a menudo superficial y ajeno a la inspiración egipcia más genuina.
El ámbito en el que mejor se advierte este fenómeno es el de la arquitectura religiosa. Los nuevos faraones ptolemaicos auspiciaron la construcción de un considerable número de nuevos templos, sobre todo en el alto Nilo. Los más conocidos son los de Efdú y Dendera, aunque también destacan los de Elefantina, Kom Ombo y File. Conservados a menudo en excelente estado, muestran una gran pericia en la ejecución, a partir de un plan tomado directamente del célebre arquitecto de la época de mayor esplendor del antiguo Egipto, Amenhotep, el servidor del faraón Amenhotep III. Los capiteles con motivos florales, los profusos jeroglíficos, salas hipóstilas y criptas, todo da una impresión de escrupulosa fidelidad a la tradición faraónica. Pero algunos detalles delatan un cambio de espíritu, como una cierta torpeza en la distribución de los jeroglíficos o la sensualidad que expresan lasfiguras humanas de muchos relieves. Aquellos templos, técnicamente impecables, no estaban ya animados por la apasionada fe de los antiguos egipcios en sus propios dioses.

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