Los Faraones Negros
Esta es la historia ignorada de los llamados “Faraones Negros” quienes
hicieron capitular a todos los lideres egipcios durante tres cuartos de
siglo.
En el año 730 aC. un hombre llamado Pianjy, también conocido como
Pankhi, pensó desde su reino en Nubia, África, que la única manera de
salvar de sí mismo a Egipto era por medio de una invasión.
“Dejaré que el Bajo Egipto pruebe el sabor de mis dedos”, dijo
Pianjy, quien se consideraba como un fiel heredero de las tradiciones
religiosas practicadas por los faraones Ramses II y Tutmosos III.
La invasión no se hizo esperar y rápidamente sus soldados
desembarcaron en Tebas, capital del Alto Egipto. Antiguamente se creía
que las guerras religiosas debían librarse de una manera apropiada, y
por tal razón Pianjy ordenó a sus soldados que, antes de cualquier
batalla, se purificaran mediante una inmersión en el Nilo, vistieran
lino de la mejor calidad y salpicaran sus cuerpos con el agua
proveniente del templo en Karnak.
Luego de un año en campaña, todos los líderes en Egipto habían
capitulado, incluyendo al poderoso Tefnakht, quien envió a Pianjy un
emisario para decirle: “¡Sé misericordioso!, que soy incapaz de ver tu
rostro en los días de deshonra; no puedo erguirme ante tu fulgor, porque
temo tu grandeza”.
A cambio de sus vidas, los vencidos pidieron con vehemencia a Piankhi
que utilizara sus templos, se quedara con sus más finas joyas y
reclamara sus mejores caballos. Piankhi aceptó con honor todos los
ofrecimientos. En aquel momento, cuando todo Egipto se encontraba bajo
su control, el proclamado como el “Señor de dos Reinos” hizo algo
llamativo: embarcó a su ejército y su botín de guerra, zarpó rumbo a su
tierra, Nubia, para nunca regresar a Egipto.
Tras un reinado de 35 años, Pianjy murió en 715 a. C.; sus fieles
honraron sus deseos al enterrarlo, con cuatro de sus caballos, en una
pirámide similar a las egipcias. Fue el primer faraón que, después de
500 años, recibió un entierro de tal magnitud. Todas las imágenes de
Pianjy sobre las elaboradas estelas o losas de granito, que conmemoran
su conquista en Egipto, ya hace tiempo que fueron destrozadas. Sobre un
relieve en el templo de Napata, en la capital nubia, únicamente
permanecen sus piernas. Sólo queda un particular detalle del hombre: su
piel era negra.
Piankhi encabezo la dinastía de los llamados faraones negros, una
sucesión de reyes nubios que reinaron en Egipto. Los faraones negros
reunificaron a un Egipto desgarrado, y llenaron su paisaje de grandiosos
monumentos. Se mantuvieron firmes ante los sanguinarios asirios, y
probablemente esto contribuyó a mantener a salvo Jerusalén. Su sucesor,
Shabako, luchó para evitar que Egipto fuera conquistado por Sargón II de
Asiria, y lo consiguió, lo que aprovechó para ocuparse de construir
monumentos y dedicarse más a las letras.
El siguiente rey, Shabitko, rompe la política de paz de sus
predecesores y se enfrenta a Asiria. Eso provoca que durante el reinado
de su sucesor, Taharqo, los asirios intenten conquistar Egipto, cosa que
lograrán en el año 671aC., conquistando Menfis, expulsando a Taharqo e
imponiendo a Necao I como faraón, que inaugura la vigésimo sexta
Dinastía.
Aquellos episodios históricos permanecieron inéditos durante largo
tiempo. Hoy en día las pirámides de Sudán son un lugar privilegiado
sobre el Desierto de Nubia. Se puede deambular a su alrededor sin verse
asediado por cientos vendedores que pululan entre estos desiertos
lugares. Mientras que, cerca de 1 000 kilómetros al norte, hacia El
Cairo o Luxor, los visitantes llegan en grandes cantidades para observar
las maravillas egipcias, en Sudán raramente visitan las pirámides en El
Kurru, Nuri y Meroe, vestigios de la prospera cultura Nibia.
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